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La paz sea contigo

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Por: Héctor Mora / Tomado de El Muro de Patan.


Para quienes tenemos más de los 52 años del conflicto y hemos visto la sangre, es muy emocionante el acto de la firma de la paz en La Habana, el Himno Nacional sonó más bello que nunca.

Un recuento histórico es una línea de partida para esta celebración. Cuando se apagaron las llamas del bogotazo en abril del 48, Colombia se sumió en la angustia y la confusión.

Las cenizas se regaron por todo el país pero el rescoldo se volvió a encender con una típica violencia partidista. Se conformaron grupos armados que recibieron nombres diferentes de acuerdo al ofendido: chusma para los liberales que terminaron de guerrilleros. “Chulavitas” para quienes derivaron en pájaros parecidos a los paramilitares.

Y esa división armada sembró la sociedad de cadáveres y mutilados durante cinco largos lustros. Como en las guerras tribales africanas. A esta sarta de crímenes, asaltos, atracos, bombardeos, fusilamientos, falsos positivos se le ha identificado con el genérico e ingenuo nombre de “La Violencia”. Sin reparos ni discriminación, los colombianos nos sumimos en sangre. Como en el Medio oriente, como en los confines de árabes y judíos, como en las masacres nazis, hititas o tutsis.

Apareció un acicate increíble, un estímulo delirante que acabó con la moral de todas las sociedades: la droga y su dinero fácil. Y liquidaron los principios de quienes hablaban de cambio social y animaron a las bandas que arruinaron la realidad y nuestra imagen internacional. En cualquier frontera, el pasaporte colombiano se convirtió en el carnet del narcotraficante, del violento, del asesino, del “traqueto” y de la mula.

Por eso se llenaron cárceles del mundo de compatriotas condenados inclusive a cadena perpetua y a pena de muerte. En China y Egipto. La economía se arruinó, la tranquilidad se perdió, los cultivos y el campo se convirtieron en cementerios sin etiqueta, en refugio de ladrones y en tierra de nadie, donde los corruptos lograron su título de propietarios.

Van cincuenta y dos años de miserias y tristezas y por fin, por ese cielo roto llega un rayo de luz aprobado en La Habana con la guerrilla más fuerte y un gobierno convencido de las bondades de la paz. Si como en el diluvio universal, la paloma regresa al arca nacional, no hay que negarle una mano para que se pose en ella con un gigantesco ramo de olivos de condición eterna. La paz sea contigo.


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