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Un café en Buenos Aires con Helena Pérez Bellas

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No. 7491 Bogotá, Miércoles 3 de Agosto de 2016 


Mientras unos dan plomo, nosotros damos pluma
Jorge Consuegra


Por: Pablo Hernán Di Marco* / Argentina / Especial para Libros & Letras.


Si tanto adoramos a Borges cuando dijo aquello de que se enorgullecía más de los libros que leyó que de los libros que escribió, ¿por qué nadie entrevista a los buenos lectores? ¿Acaso no son parte fundamental del mundo de la literatura?

Mi entrevista a Helena Pérez Bellas no es azarosa. Así como tengo autores de cabecera, también tengo lectores de cabecera a los que recurro cuando tengo alguna duda o consulta en lo que a libros se refiere. Helena es uno de esos lectores. Cuando terminen de leer nuestra conversación sabrán bien por qué.

—Hablemos un poco sobre tus costumbres y manías como lectora: ¿Te sentís obligada a terminar cada libro que comenzás? ¿O te das la libertad de abandonarlo cuando te aburre?

H: No. No hago nada que no quiera hacer. Si el libro no me interesa, no me interesa.

—¿Alguna vez compraste un libro solo porque te atrajo su tapa o su título?

H: Mil veces.

—Después de la tapa, ¿qué es lo primero que le mirás a un libro? Yo, por ejemplo, le presto atención a su confección (dice mucho de la editorial), y después voy derecho a los agradecimientos (dice mucho del autor, como escritor y persona).

H: Si está pegado o cosido, lo miro directamente en la librería pero no determina nada. Luego la contratapa. Suelen ser insoportables y cada vez se hacen más densas. Sé que puede sonar soberbio, pero a mí no me interesa si un libro viene validado por un autor “consagrado”. Después la dedicatoria y las citas. A veces no compro por detalles así.

—Sí, tenés razón, ¿por qué será que las contratapas vienen tan soporíferas? Contame, Helena: ¿alguna vez robaste un libro?

H: Sí.

—Me muero de ganar de que te extiendas, pero haré el esfuerzo de contenerme. Vamos a otra cosa: descubrí que me encanta mirar mi biblioteca. La miro como si fuese un cuadro o una chica linda. ¿Te pasa lo mismo?

H: Sí, y soy obsesiva. Tengo una biblioteca, o sea, tengo una habitación entera destina a esa función. No está en el living, no está a la vista de todos. No me gusta que la gente entre y revuelva. Al mismo tiempo muestro todos los libros y como cada vez, afortunadamente, fui recibiendo más, ahora tienen su propia cuenta de instagram:

https://www.instagram.com/todosloslibrosdehelena/

—A las siguientes tres preguntas las podríamos llamar Preguntas-Misil. Ahí va la primera: ¿No creés que andamos cortos de autores dispuestos a sangrar sobre el papel?

H: En caso de que te refieras a lo local… no leo literatura argentina contemporánea, intento esquivarla lo máximo posible, a veces sin suerte. Pero debo decir que la americana también, toda la cuestión de la alt lit no es lo mío. Ahora, no sé si hay que sangrar sobre el papel ¿Qué implicaría eso? Si lo pongo en términos absolutos y literales, sería ir a la guerra como Hemingway o Vonnegut. Aún así, eso no garantiza absolutamente nada. Después están los dramas personales. Se me ocurre un buen ejemplo que quizás conteste tu pregunta. Leí a muchas chicas y mujeres decir que les gustaría escribir como Lucia Berlin. La respuesta es fácil: viví su vida, pero vivila en serio. Embarazate varias veces de tipos que no conocés y te dejan, volvete alcohólica, limpiá las casas de las que eran tus amigas, hacete adicta, perdelo todo, viví en un trailer o pagá un hotel día a día y después morite olvidada. Berlin es producto de eso, no de un taller literario. En los talleres literarios no te van a enseñar nada. En ningún lado te van a decir cómo vivir tu vida, cómo tomar tus riesgos o hacerte cargo de los mismos. Más que sangrar, hay que vivir y vivir de la manera más feliz posible, incluso en la adversidad. Desligarse de cultos sobre la figura de Berlin o cualquier otra vida trágica. Si la vida es trágica, la prioridad es salvarse, no desangrarse en el papel. Al menos para mí hoy es así. No me interesa la provocación de ningún corte. Provocador en Argentina es tratarse bien, ser amable, no ser cínico, no dañar gratuitamente. Y ser sólido, taxativo, no pretender quedar un poquito bien acá, otro poquito bien allá, pegarle en turba a tal o cual, ignorar a tal otro porque no anda en grupo. Bancarse las cosas es lo más parecido a sangrar sobre el papel que se me ocurre si tengo que acercarme a esa definición. Ser vos nomás, como dijo alguien. Pero eso no debe afectar la vida. Si la vida literaria altera la vida real, la cotidiana, la de los vínculos, hay que irse. Si te genera tensión, malestar, angustia, lo dejas. La vida tarde o temprano te acomoda con el sufrimiento. No hay porque hacer de eso una parodia.

—Nada mejor que tirar una Pregunta-Misil y que te devuelvan una respuesta Bomba Atómica. Vamos con la segunda: ¿por qué las editoriales son tan endogámicas? ¿No creés que andamos cortos de editores dispuestos a jugarse enteros por un texto que los enamore?

H: Sí y no. La industria editorial es algo muy chico, aunque no parezca, y de eso te das cuenta cuando empezás a trabajar junto a ella y conocés diferentes dinámicas. El costo del libro, el costo de la distribución, el costo de la traducción, los costos de los derechos, las pocas plazas grandes que tiene Argentina. Luego las diferencias entre trabajar para un grupo o para editoriales medianas o directamente chicas que cargan con más problemas a la hora de distribuir, por ejemplo. Hoy el precio del libro es todo es un riesgo y el libro no tiene el significado social que tenía antes. El ascenso social pasa por otro lado y las aspiraciones de clase también pasan por otro lado. Agarrá un libro de Silvina Bullrich de los 70’ y vas a ver que salía con veintemil copias a la calle, o incluso más. Hoy Aira sale con 2500 y es mucho. Hay que ver que pasó ahí, como se dio una brecha tan drástica que parece irremontable. Un editor se la juega, está bien. Pero si no hay estímulo sobre los lectores, sobre las nuevas generaciones, ¿qué haces con eso o contra eso? Argentina es un país que tiene un problema vital: vos para leer, ser curioso y andar de flaneur (dicho esto como halago, vale la aclaración) por las librerías necesitas muchas necesidades cubiertas. Cuando tenés un país en el que tenés que trabajar con pibes que llegaron mal nutridos a la escuela, tenés un problema de vida. Cuando tenés pibes abombados por la mala alimentación, el problema es la vida. Disculpas si me salgo de tema pero la brecha se acorta, los riesgos se toman y las apuestas crecen cuando crece el bienestar social. Y antes que jugársela, hay que contemplar la idea de que lo básico vuelva a ser sólido. Hoy jugársela es conseguir que un pibe se concentre por más de diez minutos en un libro, que lo piense, que lo discuta, que se enoje, que se fanatice. De esos arrebatos nacen los lectores que luego toman riesgos… creo. Me puedo estar equivocando. Pero quiero agregar que siempre hay excepciones. Creo que si editas El asno de oro de Apuleyo, El Cocinero de Harry Kressing, Stoner de John Williams, Teléfono ocupado de Silvina Bullrich, Diarios de Kerouac, o Pantalones Azules de Sara Gallardo, estás tomando un riesgo estético, independientemente si algo de esto me gusta mucho, poco o nada. Ahí hay un gusto personal, un criterio, un corte y también más que una apuesta, una esperanza. Un guiño a un lector que anda por ahí y al cual hay que interpelar, ir a buscarlo. Eso me cae bien. También hay cosas que me ponen alegre a más no poder. Los fanáticos de Stephen King (yo soy una), es una locura como se meten a comprar, buscar, anotarse en lista de espera cuando está por salir un libro del maestro. Estoy con mi amiga Laura en muchos grupos de fans de King que al mismo tiempo son fans de otras cosas. Por lo menos una vez al día entro a uno de nuestros grupos. King vende muchísimo acá y eso me hace feliz. Porque es el mejor de todos. Luego, retomando lo que decís, si… hay gente más interesada en cuestiones políticas que estéticas, decir esto hoy cae mal cuando no tendría por qué. El territorio del arte es el del arte. Debe preocupar la obra y nada más. Por ejemplo: cuando entramos a discutir en el grupo de King la nueva adaptación de It o qué nos pareció Revival discutimos eso y nadie se cae por la grieta.

—Tercera y última Pregunta-Misil: ¿No creés que andamos cortos de lectores exigentes y rebeldes, de lectores que comprendan que ellos son parte fundamental del proceso de escritura de un libro?

H: Sí, puede ser. Pero no son parte del proceso de escritura del libro. Ni lo completan. Es al revés. Uno se completa con el libro. No es como la música que uno completa con el vivo ese acto de hacer canciones y le da sentido. No soy muy de la literatura como encuentro para sociabilizar. Con esto digo que no soy fan, ni asistente, ni nada vinculado a las presentaciones, las lecturas, etc. Soy de la literatura en soledad. Luego sí, me junto y hablo de los libros, me obsesiono, doy vueltas. Pero no siento que los estoy completando.

—Nombrame un clásico sobrevaluado.

H: Viaje al fin de la noche de Celine.

—Nombrame un libro injustamente olvidado.

H: Las aventuras de Moll Flanders de Daniel Defoe. Es divertido, picaresco, atrevido, sórdido, aventurero, bohemio, triste, delirante, moderno. Mi edición es la de Clásicos Sopena. Lo leí a los 13 años, fue una colección que me regalaron mis papás.

—¿Cuál es el libro qué más veces releíste?

H: Son los mismos y no es un solo libro, es un Universo. El Universo de la primera vida como lectora. Ya no sé cuantas veces leí Las Aventuras de Patty de Jean Webster; la semana pasada lo volví a leer. Como esta semana leí Una guirnalda de flores, un libro de relatos de Louisa May Alcott. Los libros de la serie Puck o Veronica o Micaela los leí decenas de veces. Esos libros son muy importantes para mí, porque aprendí que puedo ser cualquier cosa. Puck un día es exploradora, Verónica es estrella de cine, Micaela es detective. Sé que la gente a veces se burla por estas cosas que digo pero… yo con esos libros entendí que podía ser mil cosas. Esos libros me los daba mi mamá, me los daba para ayudarme a ser, para ayudarme a llegar más lejos. Eran sus herramientas para la vida. Y tenía razón. Porque si existe alguien que te manda a leer Mujercitas es Beauvoir. Y a Beauvoir, sin ánimo de polémica, no la leo más. Pero a las hermanas March, sí. O sea, yo no quiero ser Beauvoir, ¡yo quiero ser Jo March! Siempre quise ser Jo March. Aunque no dejaría ir a Laurie... También leí casi toda la colección de clásicos de Editorial Peuser. Justo ayer conseguí uno que me faltaba: Las aventuras de Telemaco. Obviamente todo lo que es Anne de la pradera también lo voy a seguir leyendo durante toda mi existencia. Y hay dos libros que no dejo ir nunca. El primero es Los ojos del Dragón de Stephen King. Tengo grabado a fuego el momento en el cual lo leí: estaba en la primaria todavía, era un libro de mi mamá, obviamente. Me acuerdo de cada momento en el cual lo iba leyendo. Como me separaba en el micro para leerlo, como esperaba el recreo para leerlo, llegar a mi casa para leerlo. Fue el primer mundo que de alguna manera me dejó afuera del mundo y me integró a otro. Ese libro lo volví a leer muchas veces, la última en el 2014. El segundo es Grandes esperanzas de Dickens. Lo leí a los 19 años y entendí que la literatura era algo serio, que la vida era algo serio, que el amor era algo serio, que estar enamorado era serio, que amar era y es serio, que sufrir es serio y que vivir todo eso merece cada paso dado. Pero toda esa literatura, la literatura juvenil, la leo mil veces, todas las semanas leo un libro de esos y soy absolutamente feliz. Es como mi gran momento feliz.

—Ojalá pronto podamos repetir estas charlas, Helena. Ahora vamos con la última: te regalo la posibilidad de invitar a tomar un café a cualquier artista de cualquier época. Contame quién sería, a qué bar lo llevarías, y qué pregunta le harías.

H: A ninguno. A los artistas hay que tenerlos lejos. Pero debo admitir que daría cualquier cosa por comer pudding con las hermanas March y Laurie.



Quienes quieran saber algo más sobre las lecturas y gustos de Helena, pueden entrar a los siguientes enlaces: http://esmifiestamag.com/tag/helena-perez-bellas/http://revistacharleston.com/



Pablo Hernán Di Marco

* Pablo Hernán Di Marco.

Autor de las novelas Las horas derramadas (ganadora del XXI Certamen Literario Ategua 2010, España), Tríptico del desamparo (ganadora de la I Bienal Internacional de Novela «José Eustasio Rivera» 2012, Colombia), y Espiral (finalista del XIX Premio de Novela Ciudad de Badajoz 2015, España). Desde Buenos Aires trabaja vía Internet en la corrección de estilo de cuentos y novelas.

Sígalo en Facebook: pablohernan.dimarco


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