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Un café en Buenos Aires con Fermina Ponce

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No. 7485 Bogotá, Jueves 28 de Julio de 2016 


Mientras unos dan plomo, nosotros damos pluma
Jorge Consuegra


Fermina Ponce
Fermina Ponce


Por: Pablo Hernán Di Marco / Argentina / Especial para Libros & Letras


Un escritor no es más que un puñado de obsesiones. Y su trabajo consiste en hacer de esas obsesiones una obra que conmueva y perdure. La poeta Fermina Ponce lo tiene muy en claro. En torno a la soledad y el deseo ha escrito Al desnudo, un poemario que ha impactado a gran cantidad de críticos y lectores en la última Feria del Libro de Bogotá.

Conversé con Fermina Ponce en días en los que Al desnudo va quedando atrás y el siguiente libro comienza a alumbrarse en el horizonte. Un tiempo de soltar amarras y aferrarse con fuerzas a lo que está por venir. Un tiempo de abandono, incertidumbre y esperanza. En fin, el eterno desafío del escritor, y también del hombre.


—Hace dieciséis años que estás radicada en EE.UU. En lo que a lectura y escritura se refiere, ¿cómo te influyeron esos años?

F: En lo que a lectura se refiere, me dio como una especie de "guayabo masivo". Después de mi llegada, después de dos años de estar completamente inmersa en el mundo corporativo, de estar viajando el setenta por ciento de mi tiempo, llegó un momento en que quise desconectarme por completo y volví a García Márquez, a Lorca, a Cortázar, a Pizarnik. Simplemente volví.

—¿Y respecto a la escritura?

F: Nunca he dejado de escribir, pero por once años mi enfoque fue técnico y corporativo. El aspecto literario y poético se quedaba en portavasos de bares, en servilletas o agendas mientras estaba en alguna tediosa reunión. Hace cinco años tomé la decisión de jugármela y aquí estoy.

—Un escritor no es más que un puñado de obsesiones. ¿Cuáles son las tuyas?

F: ¡Caramba! Quieres escudriñar rincones querido Pablo. Es cierto, somos un puñado de obsesiones y hay algunas que deben quedarse en un baúl, cerca a la ventana de algún ático, para que de vez en cuando se desnuden y tomen sol. Otras, te las puedo contar. Me obsesiona crear posibilidades, ese creer en que todos y cada uno somos una posibilidad. No tenemos que esperar necesariamente en la oportunidad, simplemente la creamos con base en nuestros sueños. Eso sí, esos sueños tienen que ser más grandes que nosotros mismos. Me obsesiona competir conmigo misma, en ese mejoramiento continuo, en ser todos los días más yo y menos lo que los demás quieren que sea. Me obsesiona la belleza en las imperfecciones, la fortaleza en la vulnerabilidad, ser la voz de otras mujeres que por el miedo han olvidado su voz. Pues eso.

—Basta leer algunos de tus poemas para comprender que Buenos Aires (con su literatura, sus tangos y milongas) es una ciudad que te inspira. ¿Cómo llega Buenos Aires a tu vida?

F: Llegó hace 16 años, en unos de mis primeros viajes como líder de entrenamiento para América Latina. Buenos Aires se me metió en los huesos. Caminé y caminé. La olí, sentí, escuché y viví. Crecí escuchando tangos: Piazzola, Gardel, Troilo, Pugliese, Santos Discépolo, entre otros. Así que era algo que traía conmigo. Y la primera vez que entré al Bar Plaza Dorrego supe que ya no había retorno.

—¿Cuáles son tus escritores favoritos, Fermina? ¿Te sentís influenciada por ellos?

F: Gabriel García Márquez, Federico García Lorca, Alejandra Pizarnik, Ida Vitale, Roberto Juarroz, José Manuel Arango, Julio Cortázar, Isabel Allende, Octavio Paz, Gabriela Mistral, Pablo Neruda y otros. Definitivamente, hay muchas cosas en las que recibo comentarios como "Hoy amaneciste lorquiana" o "Tienes mucho de la Mistral" o cuando se me escapa un "Y se cayó de un mierdazo", parece sacado del léxico del Gabo.

—¿A qué personaje literario quisieras besar con pasión?

F: A Federico García Lorca. Los besos no son únicamente con los labios; son con los ojos, con las manos y con una infinita conexión. Lo besaría para entrar a su alma, a su dolor, a sus musas, a sus pasiones, a su música tan a tres golpes, a su Granada, a su luna y a su muerte.

—Vamos con las dos últimas, Fermina: alguna vez Vargas Llosa dijo que el día más triste de su vida fue cuando Jean Valjean murió en Los miserables. ¿Cuál fue el día más feliz de tu vida?

F: Después del nacimiento de mis hijos, fue cuando Fermina Daza y Florentino Ariza partieron por el río Magdalena y por primera vez, después de "... cincuenta y tres años, siete meses y once días con sus noches..." tienes las certeza de que su amor se consumió.

—Te regalo la posibilidad de invitar a tomar un café a cualquier artista de cualquier época. Contame quién sería, a qué bar lo llevarías, y qué pregunta le harías.

F: Invitaría a Frida Kahlo, la llevaría al Bar Plaza Dorrego y le preguntaría: ¿Cómo coños se hace para ser tan fuerte y vulnerable al mismo tiempo? ¿Tan hembra y tan masculina? ¿Tan dual y tan bella? ¿Tan imperfecta y poder comerte el mundo de un mordizco sin importarte nada? Creo, muy probablemente que intuiría sus respuestas, pero sería un placer oírlas de su boca.


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