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Gozar Leyendo: Senancour, Quirarte

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Por: Apuntes, d.j.a. / Tomado de www.lunalibros.com



Obermann de Étienne Pivert de Senancour (KRK Ediciones).-


Senancour (París, 1770-1846) publicó este libro en 1804 cuando tenía treinta y cuatro. Él esperaba un éxito atronador, pero poco pasó con él, fue casi olvidado, hasta 1830 cuando románticos más militantes lo reeditaron. Después, casi dioses de la literatura como Victor Hugo, Balzac, Stendhal y Baudelaire manifestaron en algún momento su fervor por Obermann; y Proust escribió: “Senancour soy yo”. Aun así, Obermann nunca ha pasado de ser un clásico casi desconocido, por paradójico que parezca, como un clásico de segunda fila. En castellano hubo una traducción de Ricardo Baeza a principios del siglo XX y la misma es reproducida ahora por la simpar ovetense KRK Ediciones. Y a la hora de buscar sus huellas, en nuestra lengua aparece citado por Unamuno en Del sentimiento trágico de la vida. En suma, Senancour el escritor y Obermann, la obra, pertenecen al extraño mundo de los clásicos de precaria resurrección que, ni por eso, pierden el carácter de clásicos.

¿Qué es Obermann? No es una novela, está claro, aunque en el fondo hay una historia muy tenue y el tiempo transcurre, de modo que en la primera carta el autor tiene veinte años y cuando estamos en la mitad del libro va por los veintiocho. Ya está dicho: Obermann es una colección de cartas, un largo monólogo de alguien que padece el mal del siglo. Una incorregible melancolía, un pesimismo sólido y omnipresente, una terrible desconfianza en la índole moral de la especie humana, verdadera alergia a la religión oficial, a la arrogancia de los ricos, al trabajo, a los poderosos, al matrimonio y a todas las instituciones. En ciertos momentos es una persistente diatriba contra todo, principalmente contra sí mismo. Obermann se suma al Werther de Goethe como los moldeadores de ese arquetipo del romanticismo, como es el mal del siglo.

Sin proponérselo, así define Senancour el mal del siglo: “he pasado en el vacío y los sinsabores la estación feliz de la confianza y la esperanza. Siempre oprimido, sufriendo, vacío y lastimado el corazón, he conocido, joven aún, las añoranzas de la vejez. Acostumbrado a ver todas las flores de la vida marchitarse bajo mis pasos estériles, soy como esos viejos a quienes todo ha abandonado; pero más desgraciado que ellos, he perdido todo mucho antes de acabar yo mismo. (…) Y, si en ello me empeñase, podría, como un hombre del mejor tono, bostezar continuamente, divertirme consumido de pesares, y morir de tedio con mucha calma y dignidad. (…) No sé lo que soy, lo que amo, lo que quiero; gimo sin causa, deseo sin objeto, y no veo nada, excepto que no estoy en mi lugar”.

Se dice que Senancour frecuentaba los círculos iniciáticos parisinos; en cierto momento, en Obermann, se refiere a los números como clave interpretativa (y adivinatoria) del mundo. Estamos en la época del culto a las cumbres de las montañas. Eran los lugares para las epifanías, las visiones y las inspiraciones. Y en Obermann ocurren estos instantes fuera del tiempo por lo menos en tres ocasiones: es un buen momento para decir que Senancour vivía en Suiza mientras escribía Obermann y utilizó esos paisajes para el libro. Las caminadas por senderos montañeses prefiguran la muy excelente novela Verano tardío del alemán Adalbert Stifter, publicada cincuenta años después que Obermann.


Citas de Obermann.-


-Nuestras miserias provienen sobre todo de nuestro cambio de lugar en el orden de las cosas.

-Al llegar a pie, lo reciben a uno menos bien en las posadas.

-Los agravios de un amigo pueden entrar en nuestro pensamiento, pero no en nuestros sentimientos.

-Solo el paseo que se da sin fin determinado es el que proporciona verdadero placer, cuando se anda por andar y sin buscar nada.

-Los ricos serían felices si tuvieran independencia económica; pero los ricos prefieren hacerse los pobres.

-Es indudable que el alma sobrevive al cuerpo, a no ser que éste haya sido aplastado por la súbita caída de una roca; pues en este caso el alma no tiene tiempo de emprender la fuga, y tiene que morir allí.

-Me sentía demasiado preocupado de mi situación, de mis esperanzas tan vagas, del porvenir inseguro, del presente ya inútil y del intolerable vacío que hallo en todas partes.

-Cené con el recaudador del peaje. Sus maneras no me desagradaron. Es un hombre más ocupado en fumar y beber que en odiar, hacer proyectos y afligirse.

-Sólo está uno bien cuando obedece a su naturaleza.

-Es en las montañas, en sus cumbres apacibles, donde el pensamiento, menos presuroso, es realmente más activo.

-¿No es acaso para mí un apaciguamiento el encontrar fuera de mí, bajo el cielo ardiente, otras dificultades y otros excesos que los de mi corazón?

-Siento las tormentas de la juventud sin sentir sus consuelos.

-Estoy apagado sin estar tranquilo, los hay que gozan de sus males; pero para mí todo ha pasado; no tengo alegría, ni esperanza, ni reposo; no me queda nada, ni siquiera tengo ya lágrimas.

-Mi situación es agradable y, sin embargo, mi vida es triste. Estoy aquí inmejorablemente: libre, tranquilo, sano, sin quehaceres, indiferente al porvenir, del que nada espero, y perdiendo sin pena un pasado que no he gozado. Pero hay en mí una inquietud que no me abandonará; una necesidad que no conozco, que me gobierna, que me absorbe, que me arrastra más allá de los seres perecederos… Se engaña usted como yo me había engañado; no es la necesidad de amar. Hay una distancia muy grande del vacío de mi corazón al amor que tanto he deseado; pero hay un infinito de lo que soy a lo que necesito ser. El amor es inmenso, pero no es infinito. (…) Quiero un sueño, una esperanza, en fin, que esté siempre ante mí, más allá de mí, más grande que mi esperanza misma, más grande que los acontecimientos.

-Buenas personas no, son personas buenas; los que hacen el bien, solo por debilidad, podrán hacer mucho mal en circunstancias distintas.

-Si es imprescindible que el hombre elija al azar un amigo, es preferible que lo escoja en la especie de los perros que en la de los hombres.

-Pero si la misma tranquilidad fatiga, ¿qué esperar entonces?

-La vida me fatiga, y me fatiga más cada día; pero no estoy exasperado.

-Vosotros no veis que ese estado de cosas (…) que llamáis el edificio social, no es sino un amasijo de miserias disfrazadas y de errores ilusorios.

-Ciertamente, yo no quiero arrastrarme de escalón en escalón, abrirme paso en la sociedad, tener superiores reconocidos como tales, a fin de tener inferiores a quienes despreciar. Nada tan burlesco como esa jerarquía del desprecio que desciende en una proporción muy exactamente matizada, abrazándolo todo, desde el príncipe sometido a Dios solo, según él, hasta el más humilde limpiabotas, sometido a su posadera.

-Es preciso apresurarse a probar a los hombres que, independientemente de una vida futura, la justicia es necesaria a sus corazones.

-Decidme, ¿dónde está la esperanza del hombre que llega a los sesenta años sin otra cosa aun que la esperanza?

-La resignación es buena a menudo para los individuos; pero solo puede ser fatal para la especie.

-¿Y si yo le dijese que no hay más cristianos que los malos, puesto que sólo ellos necesitan quimeras para no robar, asesinar y traicionar? Ciertos cristianos, cuyo humor devoto y cuya creencia burlesca han desequilibrado el corazón y el espíritu, se encuentran siempre entre el deseo del crimen y el temor al diablo. Según el método vulgar de juzgar a los demás por sí mismo, se alarman en cuanto ven a un hombre que no se persigna: “no es de los nuestros, está contra nosotros; no teme lo que nosotros tememos, luego no teme nada, luego es capaz de todo; si no tiene las manos juntas es porque las esconde; seguramente tiene un estilete en la una y un veneno en la otra”.

-Discierno muy mal lo invisible.

-El hastío consume mi duración en un largo silencio.

-Escribiré como se habla, sin pensar en ello; si es preciso hacerlo de otro modo, no escribiré.

-La moral debe ser la única preocupación seria de todo escritor que se proponga un objeto útil y grande.

-Todo sistema general sobre la naturaleza de los seres y las leyes del mundo no es nunca otra cosa que una idea al azar. Es posible que algunos hombres hayan creído en sus sueños o hayan querido hacer creer a los demás; pero es un charlatanismo ridículo o un prodigio de terquedad.

-El estoico creía en la virtud a pesar del destino.

-Mucho desearía no quitar nada de la cabeza de aquellos que la tienen ya lo bastante vacía para decir: “si no hubiese infierno, no valdría la pena ser hombre honrado”.

-Si se encuentra más paz y buen humor en las cabañas que en los palacios es porque la independencia económica es más rara en los palacios que en las cabañas.


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