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Un encuentro J.M. Coetzee: en defensa de los animales

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J.M. Coetzee
J.M. Coetzee

Por: Andrés Murcia G.* / Tomado de El Porta (L) Voz


El premio Nobel de Literatura visitó Madrid y subrayó la necesidad de establecer unos valores que protejan la vida animal

J.M. Coetzee (Ciudad del Cabo, Sudáfrica, 1940) no nos sorprende con sus obras La vida de los animales (Princeton University Press) y Elizabeth Costello (Penguin Random House). El premio Nobel de Literatura da continuidad a su compromiso ético de respetar a todo aquel que es diferente al sujeto de la modernidad: un varón blanco, occidental y propietario.

Su preocupación por la ética de la alteridad, es decir, el respeto al diferente, tiene su origen en su experiencia vital como africaner -descendientes de holandeses que vivieron en Sudáfrica durante el régimen del Apartheid-. Este tema del régimen segregacionista, con la excepción de su libro La edad de Hierro (Penguin Random House), no ha sido tratado de forma directa, pero, en todo caso, inspira buena parte de su obra.

Su compromiso contra la xenofobia y el racismo está fuera de toda duda. Si bien, en la primera etapa de su trabajo como escritor se ocupó con brillantez de analizar la sociedad sudafricana y de defender la idea de la igualdad de todos los seres humanos, con independencia de su origen étnico o nacional, ahora, amplía el ámbito del respeto a los diferentes ocupándose del mundo animal.

A través de la figura de Elizabeth Costello -su alter ego- cuestiona la idea de que la razón sea el fundamento de la dignidad. Los animales carecen de la posibilidad de juicio, pero esto no les hace merecedores de un tratamiento brutal e injusto por parte de los hombres, es el argumento de Coetzee.

Es interesante, siguiendo el debate que en su momento sostuvieron el filósofo Jürgen Habermas (Alemania 1929) y el papa emérito Joseph Ratzinger (Alemania, 1927), no hablar de la razón sin adjetivo. J.M. Coetzee, formula sus reservas al cogito ergo sum (pienso, luego existo) de Descartes, pero en el ámbito de la filosofía cuando se habla de la razón se presenta un problema polisémico: en la mayoría de los casos la razón, que es objeto de numerosas críticas, es la denominada “razón instrumental” que se limita a establecer si los medios para alcanzar un determinado fin resultan coherentes. La razón que es auténticamente acorde con la moralidad es la razón práctica que, siguiendo a Kant, responde al interrogante sobre cómo debemos comportarnos.

Lo interesante de la ponencia de Coetzee es que planteó que, si bien se establece que la razón es insuficiente para que los hombres nos consideremos en una posición de superioridad frente a los animales, sí puede servir como el instrumento adecuado para fundamentar no unos derechos, pero sí unos deberes, para con éstos.

En concreto, no se trata de negar las diferencias entre ambos, el aporte del Nobel sudafricano, siguiendo al filósofo catalán, Gerard Vilar, es que “nos percatemos de que lo que nos separa es precisamente lo que nos tendría que unir, esto es, que la razón, la compasión, la ética y la moral deberían ser las que marcasen el paso de nuestro trato hacia los animales”. La razón, en consecuencia, no sirve para establecer separaciones sino, todo lo contrario, sirve para que los seres humanos seamos conscientes de nuestros deberes de cuidado y protección con los animales.

Con relación al debate del reconocimiento de derechos a éstos últimos, en coincidencia con pensadores españoles como Gregorio Peces-Barba, Coetzee defiende la idea de deberes de los humanos con los animales.

Si la idea central de la ponencia de J.M. Coetzee en Madrid -que se llevó a cabo en el Museo Reina Sofía- es que, a partir del buen ejercicio de la razón práctica debemos respetar a todos los que carecen de ella, aún queda por responder la cuestión que surge a partir de la filosofía: ¿cuál es el fundamento de la dignidad?

Si para Kant dicho fundamento es la autonomía, o para algunos filósofos contemporáneos como el estadounidense John Rawls (1921-2002) es la racionalidad, o para Charles Taylor (Quebec, Canadá, 1931) lo es la autenticidad, J.M. Coetzee retoma la idea de Arthur Schopenhauer (1788-1860) de que “la clave para el reconocimiento de la dignidad es la vulnerabilidad”.

A partir de esta respuesta, no puede sostenerse que los animales puedan recibir tratos degradantes por parte de los hombres. En tanto que seres dignos, deben beneficiarse del imperativo categórico kantiano de la universalidad de toda acción y de su no consideración, en exclusiva, como medios sino como fines en sí mismos.

Coetzee no hace otra cosa que aplicar lo que el filósofo Axel Honneth (Alemania, 1949) denomina “el exceso de significado”. Una vez que la sociedad occidental ha asumido el valor del respeto, éste, progresivamente, ha de irse extendiendo del hombre blanco, a la mujer, a los seres humanos con independencia de su raza, origen, orientación sexual y, finalmente, a los animales.

Si el filósofo español, José Luis López Aranguren (1909-1996), en coincidencia con las primeras obras de J.M. Coetzee, nos recuerda que “la actitud ética es siempre personal e interpersonal: ve en cada hombre no un alius, otro cualquiera; sino un alter ego, otro yo, el otro, otro hombre igual que yo”, la segunda etapa de la obra del escritor sudafricano -objeto de su ponencia en Madrid- suscribiría la idea de Schopenhauer:

« (…) El sufrimiento es esencial a la vida en conjunto e inseparable de ella, y cómo vimos que todo deseo nace de una necesidad, de una carencia, de un sufrimiento; que, por lo tanto, toda satisfacción es simplemente un dolor hecho desaparecer y no una felicidad positiva; que las alegrías engañan al deseo como si fueran un bien positivo, cuando en verdad son de naturaleza meramente negativa y no suponen más que el fin de un mal. Por lo tanto, al margen de lo que la bondad, el amor y la nobleza hagan por los demás, se tratará siempre de un simple alivio de sus sufrimientos; y, por consiguiente, lo único que les puede mover a las buenas acciones y las obras de la caridad es el conocimiento del sufrimiento ajeno que se hace inmediatamente comprensible a partir del propio y se equipara a él. Pero de ahí resulta que el amor puro (aγαπε, caritas) es por naturaleza compasión, sea grande o pequeño el sufrimiento que mitiga, en el cual se incluye cualquier deseo insatisfecho (…) ». A. SCHOPENHAUER, El mundo como voluntad y representación.

En definitiva, sin negar que las construcciones filosóficas a las que se han aludido en este breve escrito son antropocéntricas, J.M. Coetzee nos sugiere ser conscientes de que tanto hombres como animales somos seres arrojados en un tiempo y espacio determinados, sin que, en realidad, seamos conscientes de cuál puede ser el objetivo de nuestras vidas.

De esta condición de ignorancia y vulnerabilidad, al menos, ha de surgir el deber ético fundamental del respeto mutuo, que se puede justificar secularmente o, a partir, del indudable condicionamiento religioso que se presenta en las principales civilizaciones bajo el concepto de compasión.

*Andrés Murcia G. es Doctor en Derecho. Profesor de la Universidad Carlos III de Madrid y de la Universidad Nacional de Educación a Distancia, UNED, (España).


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