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El inconmensurable todo de Jonathan Franzen

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Jonathan Franzen
Jonathan Franzen


Por: Jaír Villano / Escritor y periodista vallecaucano.


Nota enviada por su autor.

Qué es la novela si no ese canal mediante el cual se complejiza aún más la ya difícil realidad. Una novela descubre preguntando, pero nunca resuelve. Una novela deja abiertas las dudas sobre uno o varios asuntos. Una novela, en síntesis, contribuye en el esclarecimiento de los avatares del ser humano.

En El punto ciego, el famoso ensayo de Javier Cercas, el español habla de lo dicho en el primer párrafo. “Un buen escritor es aquel que afronta un problema complejo y que, en vez de resolverlo, lo vuelve más complicado todavía (un escritor genial es aquel que crea un problema donde antes de él no existía ninguno”. El punto ciego, entonces, está en hacer de ese problema el centro del relato, pues de ahí se desprende la agudeza del escritor, que es capaz de decir callando, dudar afirmando, iluminar oscureciendo. “Una novela que no piensa las cosas de una forma complicada simplemente no sirve”, diría Franzen.

Nos podemos poner de acuerdo en resumir diciendo que una buena novela es aquella en la que la polisemia y la ambigüedad son el eje central. Discrepamos, en cambio, cuando se afirma que “la novela necesitar ser nueva para decir cosas nuevas”.

Pinta tu aldea y serás universal, sentenció alguno de los maestros rusos (unos dicen queTurguénev, otros que Tolstói). Franzen pintó la clase media estadounidense con los mismos métodos de la novela decimonónica, ávida por querer contarlo todo, pero con técnicas de la narrativa contemporánea.

De modo que aprendamos: no es imperativo renovar la novela para narrar cosas nuevas, se puede decir algo novedoso con las técnicas clásicas, de la misma forma como se puede caer en el atavismo con las herramientas contemporáneas.

PeroFranzen no se preocupa por eso. Lo suyo no está en revolucionar el estilo de la narrativa, contrario a su amigo Foster Wallace, sino más bien en hacer un retrato agudo y profundo de la sociedad estadounidense y en ella, en consecuencia, del ser humano moderno.

Lo dijo en una reconocida charla con Juan Gabriel Vásquez, cuando cita Personajes desesperados, el libro Paula Fox, para luego proferir que a través de esa novela entendió que el mundo puede verse reflejado en una conciencia individual.

Partamos, entonces, de sus tres últimas novelas. Desde las cuales se puede asistir a escenas de una amalgama axiológica que despejan los más entrañables recovecos de la humanidad.


“La gente feliz no miente”

En efecto, el egoísmo, la ambición, el radicalismo, la frivolidad y la autocompasión son cualidades recurrentes en los personajes del novelista norteamericano.

En Las correcciones el egoísmo de Enid se exacerba cuando hace lo imposible por reunir a su familia durante una cena de navidad, y se evidencia, también, en el deseo de los padres, tanto Alfred como ella, quienes ponen como condición a la vida que sus hijos deben superar sus logros.

En Libertad, la actitud competitiva de Patty la hace una persona que no duda en poner sus intereses a expensas de los demás. Pero el egoísmo se puede observar de la misma manera en Joey, el hijo de fraudulentos negocios, en Katz, el rockero que antepone sus convicciones por encima de todo (tiene la osadía de acostarse con la esposa de su mejor amigo), y en el mismo Walter, cuya obsesión ecologista hace que obnubile los matices que circundan los hechos.

No dista mucho el caso de los padres de Pip, en Pureza, quienes soslayan el escozor de su hija para seguir librando su batalla moral y su obstinación por no ser los equivocados.

Pero lo interesante está en el cómo se presentan esas cualidades. Franzen suele poner conflictos existenciales para matizar las características de cada uno, en el caso de Pureza el egoísmo se puede manifestar en Andreas, quien mata por lo que parece ser una buena causa (el violador de una niña que no tiene auxilio), pero cuya bondad se nubla cuando se sabe que el interés del mismo es el deseo de hacer de ella la mujer de su vida. El rockero Richard Katz y la competitiva Patty renuncian a la fidelidad para atender una pasión ahogada por la falta de comprensión en un encuentro de lustros atrás, el egocentrismo de Richard y la autocompasión de la esposa destilan su paroxismo y Franzen lo hace, a través de retrospectivas, introspecciones y contextos personales, de manera loable.

El delirio de Alfred Lambert, quien cree que la mierda le habla, se yuxtapone con el desespero por salir de la oscuridad de Chip, la lesiva pulcritud de Denise y los aires de grandeza de Gary. ¡Vaya!: todo en un mismo texto.

La exaltación de esos valores, unos más y otros menos que otros, se logran por medio de una telaraña frágil, pero contundente. Todos adobados en un marco social decadente: la burbuja económica expuesta en los temores de una familia; Bush y su macartismo;Obama y sus limitaciones, las redes sociales como atomización del deber ser; el mesianismo de la ecología, redentora de todos los males del mundo; el apócrifo compromiso social de los héroes virtuales, que se erigen como salvadores por robar la intimidad de los poderosos, cuando no hay más que un artilugio por salir del anonimato; el esnobismo del empresario clásico, quien tiene como condición el rotundo éxito; y, para resumir, la paradoja del ecologista arrinconado, que lucha por la extinción humana voluntaria, pero quiere tener una hijo con una chica mucho menor que él.

Ello, en mayor o en menor medida, logrado a través de la presentación de dramas familiares. Ya lo había dicho Balzac: “La novela es la historia privada de las naciones”.

A=B-B=A-C=B- A=C-C=A

Harto sabido es que en literatura no hay buenos o malos temas; hay, en cambio, buenos o malos narradores. Pues bien: las temáticas de Franzen hacen honor a ese corolario. Sus argumentos no son atractivos per se. Pero La forma en que los desarrolla lo hacen un escritor prolijo.

Miremos, por ejemplo, lo que hace en su última novela. A través de un párrafo corto y sencillo condensa la contextualización del personaje con la acción: “Cuando llegó a casa, Katya estaba sentada en su falso sofá danés de piel falsa -tan hortera, y sin embargo, dos escalones más arriba que la mayoría de los sofás de la República- leyendo el ND y tomándose la copa de vino que solía servirse al volver del trabajo. Tenía pinta de saber que parecía un anuncio de la buena vida del Berlín Oriental. Por la ventana que quedaba a su espalda entraba la bella luz del edificio moderno de categoría superior que se alzaba en la otra acera” (154).

Tal vez le hacen falta un par de comas y hacer uso de la sinonimia, pero más allá de esas minucias, lo interesante es que no es necesario leer las 697 páginas de Pureza para comprender que Katya es una mujer de alcurnia.

Por lo demás, otra característica que se le destaca al autor son lo hondas que son sus explicaciones de la psiquis, miremos: “Arrinconada con esa pregunta, Katya aceptó ayudarlo. Antes de salir de la iglesia a los dos les pareció necesario darse un abrazo y qué extraño abrazo el que se dieron, qué transacción tan enfermiza. Ella, incapacitada para el amor verdadero, fingía quererlo mientras que él, que sí la quería de verdad, explotaba su amor fingido” (203).

Además de la ironía, en esta parte del acápite se puede apreciar la ironía del narrador y lo transversales que son sus explicaciones de los personajes

Otro elemento interesante en la estructura del autor son los juegos retrospectivos, presenticos y prospectivos. Así, por ejemplo, en una escena en presente se remonta al pasado para darle perspectiva y verosimilitud a la acción o el comportamiento que desempeñará el personaje. Se puede ver tanto en los amoríos de los Lambert como en la razón que explica el comportamiento de Walter; y de la misma manera, se puede observar en la celotipia de Leila como en el delirio narcisista de Andreas Wolf.

Pero Franzen también tiene algunas falencias que, no obstante, pueden ser “perdonadas” por lo sutil que es la urdimbre y el alto poderío en el desarrollo de la trama. “Para nuestro octavo aniversario, después de vender por primera vez un artículo a Esquire, me impuse a Anable y la convencí para que viajara conmigo a Italia” (507). ¡¿Y de dónde salió el dinero? ¿No pues que estaban en vacas flacas?!

El cambio de voz también es resuelto livianamente, en Libertad la potente primera persona de Patty narra la atracción que desde siempre le había generado Katz y de cómo se termina ligando con Walter, todo mediante un diario que Katz, debido a sus dotes literarios (irónicamente, solo leía un libro), le recomendó escribir; muy fácil. En Pureza la primera persona de Tom, que le da contorno al misterioso caso de Anabel y su contribución en el ocultamiento de un crimen, se resuelve igual: los viejos gustos de Tom por ser novelista, explican el origen de las memorias que más adelante lee su hija.

Pero, Franzen, es perdonado. Sus cualidades son tan brillantes que el lector termina soslayando sus falencias.

Es cierto que a veces abusa de la paciencia del lector, pues lo suyo, ciertamente, no está en le mot juste de la que hablaba Flaubert. Hay que decir que sus novelas son extensas, Las correcciones (665 páginas), Libertad (672) y Pureza (704). Tomás González, una antítesis suya, diría que hay escritores que quieren ponerlo todo y otros que quiere quitarlo todo.El todo de Franzen es de una potencia inconmensurable. Su prosa, por momentos coloquial, por momentos colorida, ameniza los largos pasajes que, en cualquiera de los casos, son revestidos por dramas éticos y morales que hacen de este escritor una de las figuras más importantes de la narrativa del presente siglo.

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