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Cuento: Las otras

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Por: Carolina Pineda González / Bogotá.


Gris, así fue la mañana el día que lo conocí y vi sus ojos: dos círculos negros. Un instante, un recuerdo, el tiempo que fue, el que es ahora… ¡qué variable es todo! ¿Cómo a veces suceden las cosas tan rápido y cómo a veces tan lento?

Vi el cielo de color rosa, naranja, azul… ¡Tenía tantos colores que ya no logro recordar! Él volaba y se detuvo para verme pero cuando volví mi mirada ya se había ido. Veloz, el colibrí había desaparecido men aquel instante en que yo observaba el mundo… Después vi cómo se alejaba. Hacía círculos concéntricos al rodear el árbol, ascendía por cada rama y al llegar a cada flor roja del sauce chillaba.

Nunca olvidé ni sus minúsculos ojos ni sus colores brillantes. Nunca olvidé cómo se detuvo el tiempo cuando se acercó a verme. Cada vez que encontraba aquel árbol en el patio de mi casa lo buscaba entre las ramas. Estaba vigilante porque sentía que podía estar buscándome, quería salir y verme.

Instantes: ojalá no volvieran tan quedamente cuando me quedó pensando o cuando duermo. Siete minutos bastan para dormirse y en el sueño se repite la misma escena: alguien me tenía en brazos, me dejaba en una silla y se marchaba.

Estoy sentada en el sofá. Llevo mi morral en la espalda. Solo tengo una muda de ropa, una cobija, mi tarjeta de identidad y dinero suficiente para llegar a la dirección anotada con esfero azul que se ve en mi mano derecha. Ahora, rodeada de tanto silencio la casa de la que voy a marcharme me parece inmensa. He salido temprano para no despertar a nadie. Veo la luna reflejada en la ventana. La luna, única luz que ilumina y da sombra a las cosas que duermen hoy. Abro la puerta. Muevo mis manos despacio para que no suenen las llaves y salgo del patio mirando la sombra de mis pies, midiendo la distancia en cada paso. La luna me sigue mientras me despido de las cosas y las personas que duermen. Sola, estoy sola, caminando en la calle hacía la estación del bus. Miedo, ausencia de verdad.

Dolor, efecto del poder del pasado sobre mí.

***

Algunos puntos en el cielo aún brillaban cuando me golpeé con la ventana. Todos dormían en el bus.

Yo iba en la segunda silla. Entrecierro los ojos, indecisa en despertar o quedarme allí para siempre.

Otra vez el sueño se repite. Se repite una y otra vez un instante. ¿En dónde estoy realmente: en el ayer, en el hoy o en el mañana? ¿Soy la que te veía cuando te marchabas o la que veía el colibrí volando o la que miraba por la ventana antes de marcharse o la que se despierta ahora? Y lo peor es que ya no tenía la esperanza de que me encontrarás, esa certeza había desaparecido con los años, y entonces, también dudaba de que aquel ave también me buscará.

Hay días que nos dividen. Eres consciente de ello cuando comienzas a decir las palabras antes y después, cuando comienzas a dividir el tiempo. Hoy comienza enero. ¡Felicidades! Ahora tienes un año más, pero nadie en el bus lo sabe, nadie te dirá felicidades, nadie lo recordará, nadie más que tú misma que estás allí para decirte ¡Felicidades!

Las 5 a.m. (…) Caminar, salir de aquella casa y subir al bus. Avanzo despacio. Ahora no soy una niña y sé que no volverás, así que puedo irme y buscarte. Me diste la vida y me abandonaste. El primero de enero siempre será un mes que me dividirá.

(…) Hay un antes y un después cuando dejas ir al dolor. Cuando eres niño no sabes. Y si no tienes a nadie nadie que te enseñe o pueda protegerte no puedes hacer nada, pero cuando creces puedes aprender por ti mismo, defenderte, y ya no son necesarios un padre o una madre. Puedes caminar y hablar por ti mismo. Ya no estás desprotegido.

Las 6 a.m. El tiempo se va, el tiempo corre pero queremos atraparlo, ahorrarlo, atesorarlo. Imposible. “¡Quédate!”, suplicas. Pero se va porque no es obediente. “¡Vete!”, y te divide, permanece.

El bus avanza por la carretera y puedo sentir cómo el nuevo día me divide, aleja el recuerdo de lo que fue. Primero de enero: ¡Vete! Primero de enero: ¡quédate! Pero sé que se irá.

El pasado se esconde tras el sol que surge en el horizonte. Después de varios kilómetros el paisaje verde se convierte en una tierra árida y nueva. El tiempo sigue, pues nadie puede detenerlo, nadie, pero él nos detiene, nos divide y empezamos a verlo en fragmentos.

El bus avanza. Aún quedan kilómetros para encontrarte. Se acaba la oscuridad. Se va la noche quetodo lo oculto descubre, lo altera, lo ve, lo evidencia, lo exagera, lo deja vivir y lo deja morir. El tiempo de la noche se va. Las otras: la niña, la adolescente se van, mientras la nueva, la mujer, se archiva en la memoria.

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