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Gonzalo Márquez Cristo: un anacoreta citadino

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Por: Ricardo Rondón Ch. / Tomado de Con-Fabulación.


La parca, en este desbarajustado país, debe estar narcotizada, y con razón, que viene enredando en su guadaña a los equivocados.

La semana anterior cargó con el profesor Jorge Consuegra, periodista, escritor y activista cultural. Y esta: en la noche del 25 de mayo, en Bogotá, con el poeta, cronista, ensayista, crítico y editor Gonzalo Márquez Cristo.

Nada que ver con el Márquez del Nobel, ni menos con el Cristo de Julio Sánchez de la W, que con su ego entronizado es la antítesis de la poesía aunque trate de escarbar en su incipiente cultura literaria para recitar a dos voces con Calvás poemas de Jaime Sabines y Antonio Machado.

Gonzalo Márquez Cristo era y será un escritor en su verdad, un poeta en su luminosidad inagotable. De eso dan cuenta sus libros, sus novelas, sus ensayos, sus compendios de relatos, sus antologías, sus poemarios: Oscuro nacimiento, La morada fugitiva, La palabra liberada, Las muertes inconclusas, Ritual de títeres, Apocalipsis de la rosa, Cuentos perversos entre otros, o sus entrevistas de colección a cuatro manos con Amparo Osorio, publicadas en Común presencia.

Salvo la nota necrológica que escribió para El Universal de Cartagena su amigo, el también bardo, periodista y artista plástico Gustavo Tatis Guerra, ningún medio masivo ni corrosivo (que son mayoría) hizo mención de su deceso.

Me enteré de su muerte por el comunicado que envió mi amiga Doris Amaya, de la Casa de Poesía Silva, acompañado de un panegírico de más de 3.000 caracteres, escrito con dolor y vehemencia por la poeta Amparo Osorio, compañera de batallas de Gonzalo, amiga suya de años, en el almíbar y en el sufrimiento, y fundadora, junto con Iván Beltrán Castillo, enorme perfilista y retratista, del periódico virtual Confabulación.

Un país que no reconoce a sus poetas estará siempre condenado a la oscuridad, diría el apóstol argentino Juan Gelman. Y luto por los poetas en vida viene aconteciendo en Colombia desde que se extravió la educación sentimental, la urbanidad y la decencia, y la poesía fue reemplazada -hasta en los suplementos literarios de los rotativos de amplia circulación- por novedades gastronómicas, consejos para catar vinos, recomendados de libros de autoayuda, atractivos inmobiliarios y pasarelas.

Escasos jóvenes saben de Ezra Pound, Cesar Vallejo, Walt Whitman, Profirio Barba Jacob, José Asunción Silva, Mario Rivero, Álvaro Mutis, Raúl Gómez Jattin, Rogelio Echavarría (90 años), Piedad Bonnett, Meira del Mar, Maruja Vieira o María Mercedes Carranza…

Las multinacionales del libro dejaron de publicar poesía con el argumento de que la poesía no vende. Lo hacen editoriales independientes con sumos esfuerzos, Ícono, por ejemplo, y a cuenta gotas revistas literarias como la insuperable de la Universidad de Antioquia, Aleph, Golpe de dados, y en la mar cibernética Arquitrave, con ese Neptuno a timonel que es Harold Alvarado Tenorio y su indestructible arca, viento en popa, y por supuesto Confabulación, con su recién capitán fallecido: Gonzalo Márquez Cristo.

Un poeta en Colombia es visto como un rara avis, un varado, un desocupado, un ciudadano en contravía, un loquito calle arriba y calle abajo, con una proclividad irreversible al fracaso. No podía ser de otra manera. Lo dijo Sartre: “Quien busca la poesía, encuentra el fracaso”.

Y esa es la razón de ser de algo que no está hecho para los banqueros, ni para los corredores de bolsa, ni para las secretarias, ni para las amas de casa (si aún quedan…), que jamás cambiarían. La ley del ganado o Esmeralda por un recital de William Ospina. Podrían sufrir un irremediable colapso en su materia gris.

Qué va a necesitar Colombia de poesía, un país ensordecido por el ruido de las metrallas en el campo, y los gritos letales de los atracados y violentados en riñas de tugurios, en medio del golpeteo brutal de los picós y los equipos de sonido que vomitan chorros incendiarios de champeta, reguetón, vallenato y despecho, en celebraciones demenciales empapadas de alcohol y anfetaminas, fútbol y guachafitas sexuales sin restricción.

Los Homeros, Dantes y Virgilios de la posmodernidad gobiernan a sus anchas con nombres como Maluma, J. Balvin, Mr. Black, Pipe Bueno y Martín Elías.

Gonzalo vivió, exaltó y sufrió la poesía hasta sus últimos días (54 años tenía), no obstante la tormentosa enfermedad que lo aquejaba, y la cruz que soportó con ella, como lo narra en su magistral relato de quirófano y agonías:*Crónica de un viaje al país de la muerte.

Era una suerte de santo Gonzalo -aunque algo tenía de Santiago en su camino a Compostela-, no por los votos de castidad, caridad y pobreza de los de aureola, sino por la limpieza de sus actos, la humildad de su mirada, el verbo justo y purificador, y una perturbadora timidez, no obstante su genio de letrado, que seducía a Dulcineas de ayer y de hoy, y que daban el oro y la linfa por una diadema de auroras rosicler, duermevelas en su constreñido pecho.

Nunca le sobó la solapa a un director o editor para que les permitieran publicar un manojo de versos en las páginas dominicales de periódicos o revistas, o para que le reseñaran sus novedades de cuento, novela y poesía que solía publicar con su sello independiente Los Conjurados, o con la revista Común presencia, en la que él, Iván Beltrán y Amparo Osorio, empeñaban quijotescos esfuerzos.

No fue poeta mimado del Hay Festival o del Festival Internacional de Poesía de Medellín, no hizo parte del círculo privilegiado y victorioso de Santiago Gamboa ni de Juan Gabriel Vásquez, ni de los reconocimientos del Ministerio de Cultura, ni de los concursos y pomposos premios que otorgan galardones y estatuillas a granel para deleite y gula en los apartados de sociales de las revistas del corazón. Al contrario, transcurrió lo más alejado posible de las alfombras y gobelinos de la cultura oficial, con sus sonrisas impostadas y sus proclamas de éxito.

Gonzalo, o Chali, como lo llamaban sus queridos y allegados, sus vecinos de escritorio en Confabulación, era una suerte de Fernando Pessoa del Park Way de La Soledad, en Bogotá, por donde a veces me lo encontraba correteando detrás de un dálmata o de un schnauzer, o desolado y sudoroso en busca de un medicamento agotado para José Chalarca ¡que se está muriendo!, el filósofo, escritor, pintor y ensayista manizalita que feneció en el brumoso septiembre de 2015.

Así miraba la vida y el mundo Márquez Cristo, a través del cristal de resignado trashumante, de su soledad de anacoreta citadino, de sus repentinas fugas por los extramuros del planeta de donde traía valijas a reventar de ropa húmeda, exóticas esencias de Arabia y de la India, cositerías de remate de los tumultuosos bazares de Turquía, ron añejo y largos Cohiba de La Habana, polvo dorado de las habitaciones donde pernoctaron Federico García Lorca y Miguel Hernández, oporto de Lisboa, y en su último viaje, que merece un Premio Nacional de Periodismoposmorten, la mejor memoria, estoy seguro, que un poeta de nuestras latitudes haya narrado de una travesía por Rusia. Ver para creer: *Viaje al país sin fin.

A Gonzalo me parece verlo ahora mismo en el estudio del pintor barranquillero Ángel Loochkartt, entre el cenit y el nadir, arrobado con el precioso escándalo de los sátiros, las lésbicas, los hampones, los travestis, los momos, las marimondas y los monocucos, y todos esos esperpentos siderales que nutren la lujuriosa mitología caribe de su caro amigo, el artista.

Con Loochkartt, Gonzalo pasaba horas eternas hablando de poesía y de arte, con vasos pletóricos de vino tinto, de botella o de tetrapack, y músicas al vuelo de Schubert, Vivaldi o Mahler, cuando no porros y merecumbes de Lucho Bermúdez, o de cualquier banda de San Pelayo. Pero infaltable Totó la Momposina.

O bajo la cúpula bizantina que era el taller del pincel peruano-colombiano Armando Villegas, embebido con sus guerreros ocultos entre la manigua amazónica, en los sábados de tertulia que programaba el anfitrión, donde se hablaba de lo divino y humano, de las entelequias empecinadas del poder, de la corrupción nacional, del desamparo del Estado con el arte, de los conciertos celestiales de Yo-Yo Ma, y más peliagudo, de la influencia del constructivismo alemán en el arte religioso latinoamericano.

Ahora que el poeta ha partido siento más prístino, como el pregón inmarcesible de una trompeta justiciera, el eco de sus versos, de mis preferidos en vigilias solitarias de Jack Daniels y todo el blues del Mississippi, su Descenso a la luz:


La noche es mi regreso/. Transito el museo de la ausencia/. Todo sufrimiento es inútil para quien no persigue la poesía/, para quien no alimenta con sus ojos a las águilas/.

Ejercito la sed/. Amo tan sólo a quienes no pude salvar/. Ya no existe una oscuridad que guíe nuestros sueños/ ni los fantasmas del deseo inconcluso/; sólo el abyecto intercambio que ha remplazado al rito/.

Ya no busco, pierdo.../

Y ni siquiera encuentro lugar en el asombro/.

No puedo olvidar más/. Ni pretendo saber las tres respuestas ocultas por la muerte/.

Aquí nadie carece del odio necesario para recobrar el paraíso/, ni confiesa su ruda caída en el día/.

Debo ser sombra o grito/. Retorno o nacimiento.

Cada origen decretará la abolición del yo/.

Es entonces cuando la respiración será verde/.

Y aunque todo se lo deba al dolor.../ Avanzo: caigo/. Elijo los caminos que no tienen final/.

Las voces que incendian las tinieblas/. El poema.

Tú lo sabes/, cuerpo estremecido/:

No es en el tiempo donde he puesto mis palabras.


Gonzalo querido, donde estés, gracias por tu Común presencia entre nosotros quienes aún transitamos como ciegos por los surcos de la poesía, como fantasmas silentes, temerosos ante la feroz arremetida de los vivos-muertos, como la llama deBarba Jacob, débil y trémula entre la oquedad y el viento.

Ahora, Gonzalo, que estás en manos de la paz y del sosiego, permítenos saber del más allá: ¿Qué tan blanco, deshabitado y aburrido puede ser el cielo? ¿Es cierto que entre llamas están al tope de proscritos las discotecas del infierno?

Desde este limbo te clamamos, como las ánimas suplicantes de los cuadros de los sagrados corazones antioqueños.
Vuelo de campanas a tu memoriosa existencia. Sólo nos queda tu verbo rumoroso. Y el polvo dorado de tus huellas.

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