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La antibiografía de Neruda que cautivó en Cannes

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Por: Rodrigo González / Cannes / Tomado de La Tercera / Chile.


La película de Pablo Larraín sobre la persecución política del poeta a fines de los 40, protagonizada por Luis Gnecco y Gael García Bernal, logró ayer una ovación del público y elogios de la crítica.

A Neruda, se sabe, le gustaba leer novelas policiales. Rápidas y directas. Sólo así podía prepararse para las erupciones verbales de su propia creación, una obra poética alejada de cualquier rastro de minimalismo y síntesis. Es una curiosa dialéctica que puede tener tanto que ver con el refrán de “en casa de herrero, cuchillo de palo” como con la personalidad compleja de un hombre que para muchos sólo tiene dos dimensiones: la política y la romántica. Lo que pretende la nueva película de Pablo Larraín es arrastrarnos hacia otra interpretación del Premio Nobel, una heterodoxa, pero que al mismo tiempo ilumina el lado gozoso y onanista del escritor. Es además el filón de vividor materialista con predilección por el whisky y las fiestas sin fin, con ganas de no complicarse la vida y sólo leer intrigas de detectives. Tal vez por eso la película, coherentemente, es un policial.

El director lo afirmó ayer varias veces, primero tras la exitosa función de prensa de la mañana, y luego en una miniconferencia cerca de una de las playas de Cannes: “La película no es sobre Neruda, sino que más bien es nerudiana”. Aquella descripción le da la licencia para contarnos la historia de sus años de fuga durante el gobierno de Gabriel González Videla como una especie de juego invertido, donde el más desesperado no es el perseguido, sino el perseguidor. La película, que en su primer corte duraba más de tres horas y quedó reducida a una hora y 40 minutos, es virtuosa estética y narrativamente: la cámara de Sergio Armstrong y el diseño de producción de Estefanía Larraín reconstruyen un Chile lúdico y estilizado (las persecuciones a veces parecen sacadas de una comedia de equivocaciones) y el balance entre los personajes de Neruda y el policía Oscar Peluchonneau es habilísimo, dejando que éste último alcance su esplendor hacia el final.

Neruda parte con una escena en el Congreso que parece sacada de una película de romanos: un grupo de senadores semi desnudos o enfajados por una toalla discute sobre la pertinencia de aislar o no al Partido Comunista. El presidente de la cámara alta es el ex Presidente Arturo Alessandri (Jaime Vadell) y mira con desconfianza al omnipotente senador Neruda (Luis Gnecco), quien entra a este vaporoso baño del Congreso defendiéndose con pompa y circunstancia, pero también con un humor que no sabemos si fue inventado para la película o realmente existió. A fin de cuentas no importa y el recurso funciona a la perfección en esta historia de caza a escala humana.

Un poco más tarde, aparece Oscar Peluchonneau (Gael García Bernal), un policía de apellido francés, pero de melancolía muy chilena. El detective, que ha leído poco y que habla aún menos, empieza con el pie en falso: el Presidente Gabriel González Videla (Alfredo Castro), quien inicia una persecución contra los comunistas, apenas le habla en su primer encuentro y descree de sus capacidades. Todo en él es inseguridad y angustia. En el otro extremo de la historia, Neruda inicia la fuga como una fiesta de disfraces: le parece una entretención vestida de sacrificio y aprovecha la ocasión para vestirse de jeque árabe, de cura o de barbudo ornitólogo. La orden de búsqueda del mandatario también le permite transformarse en el comunista más famoso del mundo y acariciar más su propio ego.

En rigor, en el filme de Larraín todos la pasan mal, menos el propio escritor, al que Luis Gnecco le da un aire de pavo real que seguramente despreciará la izquierda más rígida. Su propia esposa, la argentina Delia del Carril (Mercedes Morán), sufre las veleidades del egocéntrico artista y en una escena definitiva le dice a Peluchonneau la más triste de las verdades: que es sólo un personaje secundario en esta historia. Es en este tramo donde el filme alcanza otra dimensión, variando de semicómico a trágico, dejando un poco fuera de campo a Neruda y centrándose en el “personaje secundario” de Gael García Bernal. La película comienza a tomarse su tiempo con él, otorgándole una especial poesía a la historia de este pobre diablo que difícilmente está a la altura de la circunstancias, que quiere hacer bien su trabajo y que probablemente muera en el intento. Es algo así como la tragedia del hombre común y corriente contra la eterna bacanal de un mito vivo.

Tan corrientes como él son los comunistas pobres, aquellos militantes de base que acompañan a Neruda por el sur de Chile y que él tiende a mirar bajo el hombro. Saben que nunca serán como el poeta y comparten la misma impotencia con el atormentado y resentido Peluchonneau. Léase como una fábula sobre unos modernos Mozart y Salieri o como una biografía irreverente del más intocable de nuestros poetas, la película es un nuevo paso en la revisión histórica que Larraín realiza desde Tony Manero (2008).


Un juego


En las conversaciones que el director y actores mantuvieron con la prensa al término de la función y en la conferencia de prensa posterior, otra vez salieron a la luz varios de los motivos de la película, en particular el del retrato exuberante y libre del poeta, lejos del canon acuñado por años en Chile. Larraín defendió su opción así: “Cuando hicimos No, algunos pensaron que la película no había legitimado el proceso del plebiscito y que había un sector que no se representaba en la película. Pienso ahora: ¿nosotros estamos tratando de legitimar a Neruda, de cuestionarlo? No, no se trata de eso. Lo que hacemos es tomar su figura e imaginario para transformarlo en un accidente llamado película. No queremos cambiar las cosas ni enseñar nada, sino que mostrar un Neruda que nos fascina e invitarlos a este juego”.

Sobre su personaje, el policía Oscar Peluchonneau (que realmente existió), Gael García Bernal destacó justamente la serie de debilidades y falencias que lo hacían un carácter atractivo: “Por un lado es un tipo medio resentido que no entiende cómo un poeta que dice amar la vida y que habla de política constantemente no es capaz de sostener una familia. Por otro, es consciente de que muchos lo consideran a él estúpido y al tratar de demostrar lo contrario es doblemente tonto. Y, por último, es un hijo bastardo, nacido en un prostíbulo y que busca saber quién es. Paradójicamente hacia el final cree que la poesía de Neruda puede reivindicarlo”.


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