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Un café en Buenos Aires con Pablo Ramos

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No. 7406 Bogotá, Martes 10 de Mayo de 2016 

Pablo Ramos
Pablo Ramos

Por: Pablo Di Marco / Buenos Aires, Argentina / Especial para Libros y Letras /


“La historia de la literatura suele ser injusta con los fenómenos que le resultan incómodos”, escribió Claudio Iglesias en el prólogo de Antología del Decadentismo. Por suerte, hay excepciones. Los editores contemporáneos —a menudo tan dispuestos a publicar a los amigos en detrimento de los mejores— tuvieron el buen tino de darle espacio a la obra de Pablo Ramos, un escritor tan incómodo como condenado a perdurar.

—¿Te cuesta trabajo escribir, o te sale de modo natural? Te lo pregunto porque creo que hay mucho trabajo detrás de la fluidez de tu prosa, y también creo que buena parte de los lectores no imaginan lo difícil que es escribir sencillo.

P: Me sale fácil eso que sale fácil: la catarsis, la verborragia; luego me paso dos años tratando de entender la estructura que eso conlleva, si es que la tiene, si es que la puede tener. Corregir es el verdadero trabajo de un escritor, retener las palabras, hacer encajar los engranajes de esta máquina que es la escritura. Simple, significativo y bello. En ese orden.

—¿Alguna vez lloraste durante la escritura de tus cuentos o novelas? Te imaginé quebrado durante la escritura de varios pasajes de La ley de la ferocidad.

P: Lloré muchas veces, pero eso no quiere decir nada porque soy llorón, de lagrima fácil. Lloré de impotencia, de alegría, de cansancio. No lloré por los golpes de un adulto contra la cabeza de un niño, por eso llora el lector.

—Un escritor no debiera ser más que un tipo solitario que ejerce su arte en las sombras, de espaldas al mundo. Sin embargo, el éxito puede llevar a ese escritor de los márgenes al centro de la escena. Vos lo sabés bien ya que te invitan a ferias, una de tus novelas será llevada al cine, e intuyo que muchos te adulan hasta la ridiculez. ¿Tenés miedo de que tanta exposición pervierta al escritor solitario?

P: Me preservo bastante, además soy músico y toco con mi banda, doy talleres, y siempre me presento como “Pablo”, a secas. Lo manejo bien, además uno tampoco es Maradona ¿no?

—Hay una pregunta que me gusta hacerle a los escritores que dictan talleres literarios: ¿sigue vigente ese raro espécimen que sueña con publicar un libro pero no lee más que una novela al año?

P: Sigue vigente, y no es tan malo, porque aún sueña. El problema es que publicar ya no es un sueño. Llega gente que lee menos de una novela al año y trae un texto y me dice: “Lo publique en Facebook, tiene 3.000 Me gusta.” Y yo les digo: “Ok, debe ser maravilloso, no me lo leas, por Dios.”

—En el último premio Alfaguara de novela sucedió lo de siempre: lo ganó un escritor que tiene varias novelas publicadas en esa editorial. Ya sé que la palabra “ética” está algo gastada de tanto mal usarla, pero, ¿te parece ético? ¿No se usa de idiotas útiles a los cientos de escritores que participan de ese premio sin saber que las posibilidades de que se reconozca a un escritor desconocido son nulas?

P: Mira, creo que el premio Alfaguara es bastante sano. Esta vez lo gano un gran escritor y un gran tipo. Mi novela La ley de la ferocidad fue finalista, y le gano la novela de un desconocido, una verdadera bosta: Mira si yo te querré, se llamaba. ¿Qué se yo? Es mucha plata…

—Le pedí a Marianne Ponsford, buena lectora de tu obra, sumarse a esta entrevista con una pregunta. Acá te la paso: Hace unos días, Mario Vargas Llosa celebró su ochenta cumpleaños con bombos y platillos, rodeado de una decena de ex presidentes, en su mayoría de derecha, como Álvaro Uribe y José María Aznar. ¿Qué opinión le merece la compañía que escogió el Nobel vivo más famoso de la lengua en la que usted escribe para celebrar su cumpleaños? ¿Cree que ello —dada la enorme repercusión mediática que tuvo— afecta la idea del escritor que construye el imaginario colectivo?

P: A mí no me afecta, porque no escribo en su lengua. Yo escribo con la lengua cortada. Y tengo una ventaja sobre él, no terminé la primaria porque tuve que salir a trabajar. Por las mismas razones que le negaron el premio a Borges, se lo dieron a él. Me importa poco ese tipo, al final de cuenta no podría ni ser el secretario de Borges. Lo que dijo de Arlt denota lo irresponsable que es, prefiere la fama a la verdad, el dinero al honor, de qué le sirve el talento si sólo lo usa para celebrarse a sí mismo. Unamuno dijo: se puede tener mucho talento, pero ser un imbécil moral.

—Vamos con la última, Pablo: te regalo la posibilidad de invitar a tomar un café a cualquier artista de cualquier época. Contame quién sería, a qué bar lo llevarías, y qué pregunta le harías.

Mi artista sería Luis Alberto Spinetta. Y lo llevaría al bar San Martín, en La Paternal, a comer milanesa a caballo a las 3 de la mañana, con un tano maravilloso. Porque ahí lo dejarían fumar sin problemas.

Esta entrevista hubiese sido imposible sin la intercesión de la siempre amable Mercedes Mayol. Mi agradecimiento tanto a ella como a Marianne Ponsford.


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