Q´inti solitario en el capulí, diosito entretenido en la flor linda del patio, guerrero de la mañana en las frondas imaginarias de la morada, taita del fuego que atas el arrayán al cielo.
Desde la inscripción antigua que esculpió tu cuerpo en piedra, sostienes una lucha despiadada con el cóndor por estacionar la duda, por encontrar la frontera del gran impulso, el origen de la wachi que retorna, una y otra vez, a la herida del mundo.
El jardín cultivado por la madre está empapado de arco iris y de secretos aromas que esperan tu erecta lejanía; de repente tiñes la cinematografía de la infancia y acaricias las creencias mortales que te miran.
Mensajero de lo inmemorial fecundas los geranios, las hortensias, los jazmines; tejes la eternidad en la retina.