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Acerca de Deutsches Requiem

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Por: Carlos Silva S. 


Borges, un hombre sumamente lúcido, nos deja ver aquí a su contrario, a un personaje enteramente loco, fanático, obnubilado por unas cuantas lecturas de Schopenhauer, de Nietzsche, de Spengler o de La Biblia (“Aunque él me quitare la vida, en él confiaré. JOB 13:15” reza el epígrafe). 

Otto Dietrich zur Linde es el estereotipo humano que ansía religión para escapar de sí mismo, para huir de la propia responsabilidad y libertad de sus actos. De esta forma se cree justificado frente a la barbarie del nazismo, ya que se hace la ilusión de que éste es sólo un producto de un destino ciego e implacable: “Que otros maldigan y que otros lloren. A mí me regocija que nuestro don sea orbicular y perfecto” - afirma de manera alucinada, convencido de un determinismo histórico, el que él mismo alimenta en su afán de no verse comprometido. 

Este relato, escrito inmediatamente después de la segunda guerra mundial, encendió los ánimos de la intelectualidad mundial que no supo ver en él nada más, tristemente, sino una apología de la ideología nazionalsocialista ¿Seremos nosotros capaces de tener mejor discernimiento que el personaje-intelectuales de la época? Es decir: ¿Podremos tomar una causa no fanáticamente y, más bien, a prudente distancia? ¿O nos dominará el afán de tomar partido en la inmediatez del momento presente? ¿Hasta dónde son libres lo que consideramos nuestros juicios

No es posible pensar que hombres de tantas luces como el filósofo germano Federico Nietzsche o Jorge Luis Borges, el poeta y escritor argentino, puedan ser catalogados como fascistas así nomás, de buenas a primeras. Al contrario, creemos que hombres de tanta sensibilidad plantean un distanciamiento crítico del razonamiento corriente y común, una suspensión del juicio, un callarse y un silencio lúcido ante la alocada carrera del mundo. Por esto, es que tales escritores son supremamente incomprendidos. (Incluso, se les lee con cautela, si es que acaso se les lee). 

Resumiré el relato: Otto Dietrich zur Linde, militante nazi, horas antes de su fusilamiento -por "torturador y asesino"- cuenta la historia de cómo llegó a ser lo que es, pues "quiere ser comprendido" -aunque no perdonado, pues asegura que no tiene culpa. Entonces, refiere las pasiones que le permitieron "afrontar con valor y aun con felicidad, muchos años infaustos: la música y la metafísica" -también la teología y la poesía. Deja ver que fueron principalmente dos autores los que encauzaron su toma de posición política: Nietzsche y Spengler (aunque en el fondo es uno: Schopenhaer: Por Schopenhauer, que acaso descifró el universo –se lee en Otro poema de los dones, del mismo Borges). Por lo tanto, ve como se le imponen dos doctrinas: por un lado, el determinismo histórico, como ya dijimos -una voluntad secreta e inconciente, inexorable, que hace que las cosas sucedan de una y sólo una única manera, cuyo fin ignoramos y sólo puede ser descifrado a posteriori; y, por el otro, la búsqueda del hombre superior, para lo cual hay que destruir la piedad "último pecado de Zaratustra". De tal modo, nuestro personaje está completamente convencido de que el nazismo "es un hecho moral, un despojarse del viejo hombre, que está viciado, para vestir el nuevo" y que "Hitler creyó luchar por un país, pero luchó por todos aun por aquellos que agredió y detestó. No importa que su yo lo ignorara; lo sabían su sangre, su voluntad". Y, con un final apoteósico verbalmente hablando: el nazismo ha desencadenado "una época implacable. Nosotros la forjamos, nosotros que ya somos su víctima [...] Lo importante es que rija la violencia, no las serviles timideces cristianas [...] que el cielo exista, aunque nuestro lugar sea el infierno". Un final exaltado y contagioso, no muy distante de cualquiera de nosotros cuando adherimos a una causa que inflama nuestro pecho y nuestro corazón (verbigracia, uribistas, cristianos, musulmanes, comunistas, feministas –y, aun, profesores, sacerdotes, y oradores de toda laya). 

De aquí la actualidad de este cuento de Borges, cometido hace unos 70 años (febrero de 1946, Revista Sur, Buenos Aires) que, de seguro, seguirá levantando polémica, porque está vivito todavía hoy.


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