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Benhur Sánchez S. interpreta su Cantata en Yo Mayor

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Benhur Sánchez S.
Benhur Sánchez S.


Por: Marco Tulio Polo 


Pese al esfuerzo que hace el autor en el prólogo, para que éstos escritos no sean sus “memorias”, que no tengan mesura, o nombre o catalogación, resuelve llamarlos “episodios” y que no sean las simples anécdotas que quiere referir de manera natural sin tanta elaboración, pero sin llegar a figurar como un descuidado. Es su voz de manera confesional. La oralidad que usara el hombre desde siempre, para reunirse por las noches a contar el cuento alrededor del fuego, en familia. 

Incursionamos en ellos. Y notamos que sí existe una coherencia en la ansiada desconexión técnica pretendida y vemos con claridad la lucha bipolar de la vida y la muerte. 

La forma de expresarlos no está cifrada. Es la profundidad que aporta la sencillez de la palabra. 

Es probable que la experiencia de un episodio como el de un infarto nos propicie la necesidad de rebuscar en la memoria, esos pequeños trazos que alimentan la literatura y que constituyen el recuerdo tan necesario, no solo al momento de sentir los pasos de la parca o el advenimiento del fin como dicen muchos, cuando han navegado fuera de su cuerpo o han visto un túnel. 

“Pasó frente a mi toda la película de mi vida”. 

Que se corresponde a lo mejor, con un libro, de igual manera recordado. 

En otros eventos, casi no tenemos la oportunidad de repensar la necesidad de procurar el recuerdo, de propiciar una técnica para hacer revivir en el otro, el lector, la necesidad de volver a reagrupar los volátiles y atomizados puntos negros de olvido que constituyen la vida, el cuerpo transitado, creado y viajado por la fantasía que es la imaginación, para intentar no perecer jamás. 

Y la vida, la recuperación de esa ficción que es el recuerdo, nos trae lo apacible del caleidoscopio del pasado que se confunde con lo que somos hoy, pese a su oscuridad, dolor o hilaridad no contenida. 

Un chiste, el chisme del pueblo, un equívoco, una película, el primer escrito, o la primera enfermedad, la música, lo esotérico, los juegos, la muerte y la perenne enseñanza de quien sigue escribiendo, los amores y el acto de humildad más grande que un maestro puede ofrendar a su alumno: Pedir su opinión. 

Con la ternura en forma de perro muriendo por el amo, porque sobrevivir es crear. 

Es el método Proustiano que nos incluye en sus recuerdos para hacernos recordar: 

“Un verdadero libro es la vida, la realidad del escritor, la magia está en cómo contarla” 

Esa minucia tan seria que es el detalle inoficioso del color de una flor para copiarlo en el lienzo del presente que trae y sigue trayendo cual noria, la conexión celular, para aplacar el desierto perdido de los vivos, que ya no recuerdan y volver esperanza el postulado de Lavoisier, de que todo, simplemente se transforma. 

Como me alegra, ver en su título ese atrevimiento del yo, que alguna vez discutimos, no como dilección del ego per se, sino como la posibilidad de entregar al lector parte de las entrañas, con la consecuencia que traen las mil batallas, al descubrir la liviandad de que estamos hechos por la ternura. Y lo valiente que podemos ser para contarlo.


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