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El adiós de Perfumo, legendario back central

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(El Mariscal argentino murió al rodar por unas escaleras, tras sufrir un aneurisma cerebral) 

Por: Reinaldo Spitaletta 


Cuando Roberto Perfumo debutó en el Racing Club de Avellaneda, yo era un niño que jugaba al fútbol en potreros de Bello, los que estaban en las cercanías del charco del Búcaro y en las proximidades a un convento de Clarisas, en cuyas afueras siempre había un burro que daba las horas. Para entonces, uno ya había escuchado hablar de Pelé (sobre el cual ya había visto un filme en el Teatro Bello, en el que una bruja, cuando el negrito nació, dijo: “va a ser rey, va a ser rey”), de Garrincha, el de las piernas deformes y la gambeta imposible, la misma con la que dejó regado en la pista atlética del estadio Atanasio Girardot de Medellín, a un defensa del DIM, Canocho Echeverri. Y de otros grandes jugadores de Brasil y Argentina. 

Y ya había ido al estadio a ver al equipo del que me enamoraría para siempre, el Deportivo Independiente Medellín, de Mario Agudelo, Antonio Pécora, Rodolfo Ávila, John Jaramillo, José Vicente Grecco e Ignacio “Velitas” Pérez. Y también sabía que dos años antes, en 1962, la selección de Colombia había empatado a cuatro goles con la de la Unión Soviética, en el Campeonato Mundial de Chile. 

Por lo demás, a esa edad, uno estaba más interesado por los goleadores, por el centrofoward, por punteros de raya, por mediocampistas con gol, y no por los defensas (por los arqueros, más o menos). Y Perfumo era uno del “cuatro posterior”, un back central, que por entonces, y yo no lo sabía, ya era una promesa del buen jugar. Iba a ser un gigante en el llamado “Equipo de José” con el que sería campeón del fútbol argentino, de la Copa Libertadores y de la Copa Intercontinental de Clubes. Su primer entrenador en Racing había sido Néstor Rossi, que anduvo por Colombia, y luego el mítico Juan José Pizzutti, que lo convirtió en uno de los más tremendos zagueros del fútbol gaucho. Lo apodaron El Mariscal. Mandaba en el área y en sus cercanías. Y casi siempre, en todo el gramado. 

En 1966, integró la selección de Argentina que participó en el Mundial de Inglaterra. Y por esos días, tal vez antes, conocí a Perfumo, en las láminas o caramelos de futbolistas de aquel torneo universal, en el que brilló la Pantera Negra de Portugal, mientras los suramericanos salían eliminados, más que todo por el concierto de patadas a que los sometieron. Perfumo, en aquellos cromos aparecía con cabello marrón, la mirada hacia la izquierda y una camiseta de cuello en V, de rayas verticales azules y blancas, la de la Academia. 

Cuatro años después, Perfumo, que volvía a hacer parte de la selección de su país, no pudo asistir al campeonato Mundial de México 70, porque a Argentina la eliminó la entonces estelar escuadra del Perú (que tenía, entre otros, al Cholo Sotil, el Nene Cubillas, Chumpitaz y Pedro Perico León). Para esos años, ya era una figura de postín. Un capo. Una estrella. Un impasable. Uno que mandaba en la cancha. Organizador. Líder. Un defensa con categoría. Todos los muchachos que aspiraban a jugar atrás, como centrales, querían ser como él. Un duro. Un exquisito. 

Después (“después amar, después partir y al fin andar sin pensamiento…”, como dice un tango) se fue a Brasil (al Cruzeiro), y más tarde, en sus días de veterano, jugó en el River, se volvió entrenador, y al final de sus tiempos, comentarista de televisión y prensa, que es, aquí y allá, donde terminan muchos futbolistas retirados. Pero Perfumo ya era una leyenda. Y parte de esa “legendariedad”, creció con una anécdota con Maradona, cuando el Diego apenas era un pibe, un futbolista en ciernes. 

El River de Perfumo se iba a enfrentar al Argentino Juniors, en el que jugaba un pelado de dieciséis años, del cual ya todo el mundo hablaba con admiración: Maradona. Reinaldo “Mostaza” Merlo, al que sus compañeros le decían “el periodista”, se las sabía todas, incluidos chismes y consejas, no solo de adentro del club millonario, sino de los de afuera. Dicen que Perfumo le inquirió por una promesa que jugaría contra ellos. “¿Juega bien el pibe?”, interrogó Perfumo a Merlo. “Sí, Roberto, sirve”. Y Cuando Merlo decía “sirve” era como si dijera que era un genio, una revelación de brujos. 

“Hay que marcarlo”, insistió Mostaza, a los requerimientos del Mariscal. “Bueno, habrá que darle un estatequieto”, dijo Perfumo. 

“Jugábamos en cancha de Huracán contra River, que tenía un equipazo, jugaban todos. Ellos tiraban siempre el achique. En una, yo me despierto, hago así (gesto con la mano como que elude a dos rivales) y lo veo al Mariscal de frente”, contó años después Maradona. Y continuó: “Y quiero enganchar para atrás. Te juro, se la tiré para la derecha para poder salir por la izquierda y me pegó acá (se golpea en el pecho). Caí como a 50 metros. Se acerca Roberto y me dice: ‘¿Nocierto que no tenés nada, nene?’. Y me levanta. Le digo: ‘No, Roberto, ¿estás bien del pie?”. 

El cuento es que Perfumo nunca recordó que eso hubiera sucedido, que jamás coincidió en un partido oficial con el muchachito genio precoz. Sin embargo, en una nota periodística, señaló: “Me había olvidado de esa anécdota. Vino y chocó, pero no se asustó, un fenómeno. Lo levanté. A veces los levantábamos de las orejas para hacerlos sangrar. Si no, te pisábamos la mano para fracturarte. Y Diego se quedó ahí, pero no se asustó nada. Siguió encarando. ‘Este pibe no se asusta, Mostaza’, le dije”. 

Como sea, y como es fama, a los argentinos les encanta la mitología, que tiene representaciones y símbolos de alcurnia, como Gardel, Evita Perón, el Che Guevara y por supuesto Maradona. Lo que sí es real es que Perfumo era una suerte de muralla, con juego elegante y efectivo. Y cuando había que ser duro, lo era. Además, cobraba tiros libres y penaltis con categoría. 

Roberto Perfumo, el crack de la camiseta número dos, murió en Buenos Aires, el 10 de marzo de 2016, tras caer por unas escaleras de mármol en un restaurante de Puerto Madero. El accidente sucedió, según los reportes médicos, tras sufrir un aneurisma cerebral. Rodó y cayó tan duro, que quebró las baldosas. Había nacido en 1942, en Sarandí, Avellaneda. 

Lástima no haber conservado aquellas laminitas de infancia, con estrellas futboleras universales, en las que estaba el Mariscal Perfumo con la camiseta de la Academia. El mito aumentará con su muerte. Chau, Roberto, no va más.


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