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Un café en Buenos Aires con Analía Pinto

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No. 7339 Bogotá, Viernes 4 de Marzo de 2016 


Analía Pinto
Analía Pinto

Por Pablo Di Marco / Buenos Aires / Especial para Libros & Letras 


¿Por qué compartir un café en Buenos Aires con Analía Pinto? Nada menos que porque su trabajo como poeta, escritora, editora y correctora le otorga al mundo de los libros una imprescindible y bienvenida cuota de sabiduría, orden y sensibilidad. O sea: la pasión de Analía por las letras hace del mundo de los libros —tan fascinante como repleto de improvisados— un lugar mejor. 

Vengan, acerquen una silla a nuestra mesa. Están todos invitados a compartir un café con nosotros. 

—Tenés una buena experiencia como coordinadora de talleres literarios. ¿Cuáles son las virtudes y falencias que más te sorprenden de tus alumnos? 

A: Entre las virtudes, destacaría el desparpajo y la falta de tics literarios o lo que yo llamo “la maquinita de hacer poemas” (aunque se aplica a todos los géneros). Aquellos que realmente quieren escribir lo hacen sin ningún prejuicio ni preconcepto, quizás se equivocan en algunas cuestiones, pero los impulsa algo genuino, algo que proviene de ese mismo inefable lugar del que vienen todas las creaciones. En cambio, aquellos que escriben porque “queda bien” o porque es “cool” caen de inmediato en las numerosas trampas del lenguaje y eso se nota enseguida. Escriben desde la pose y lo hacen con todas las malas mañas del caso. En cuanto a las falencias que veo en mis alumnos, quisiera puntualizar una: la puntuación. Sea porque en el colegio no prestaron mucha atención en las clases de Lengua y Literatura, sea porque es un tema bastante áspero, sea porque nunca se insiste demasiado con su importancia, los problemas de puntuación entre mis alumnos (que van de los dieciocho a los sesenta y pico de años) son una constante. Me tomo muchas clases y mucho tiempo para insistir en lo fundamental que es que conozcan cada signo de puntuación y para qué debe usarse y para qué no (principalmente esto último). A pesar de las resistencias y ocasionales disgustos, siempre me lo agradecen. 

—¿Continúa en alza ese raro espécimen que sueña con publicar un libro pero no lee más que una novelita al año? 

A: Lamentablemente, sí. Aunque a mí me preocupa más otro espécimen de la misma familia: el que quiere escribir poesía y no sólo no ha leído sino que proclama que “la poesía no le gusta”. No lo comprendo. Mi entendimiento debe ser muy escaso porque no concibo de qué modo se puede llegar a tentar un poema si a uno no le gusta la poesía. Es como si un músico dijera “quiero ser el próximo Mozart, pero la música no me interesa”. A esas personas yo les diría que se dediquen a otra cosa, la poesía es algo demasiado alto para ser tomada de un modo tan irresponsable y ligero. Lo mismo se aplica al espécimen que citabas. Como dije más arriba, es todo parte de una pose y lo combato en la misma medida que lo deploro. 

—Tengo una teoría entre extraña e insólita: los aspirantes a escritores deberían empezar escribiendo novelas (a fin de cuentas hasta la novela más maravillosa es imperfecta), después cuentos (que deben ser, inevitablemente, exactos como relojes suizos) y, por último, poesía (para lo que debiera requerirse cierta sabiduría). Sin embargo, nunca falta quien considera a la poesía algo así como un entrenamiento para llegar al cuento, o el que aguijonea al cuentista con el siempre molesto: “¿Y la novela para cuándo?”. 

A: Debo decir que estoy de acuerdo sólo en parte. Creo que la poesía se puede tantear en cualquier momento e incluso cuanto antes se lo haga mejor, siempre a sabiendas de que el camino de su mano es el más largo y el más arduo (y por eso conviene ejercitarse en su ejecución desde temprano). Es conveniente, además, que el poeta en ciernes sea un poeta malo, espantosamente malo al comienzo, que cometa todos los yerros y que sólo los años, la práctica sostenida y luego un buen maestro (que sólo podrá ser otro poeta) lo ayuden a alcanzar la gracia de escribir uno o dos versos pasables, quizás un poema rescatable. Las otras artes de la escritura no son ajenas a este mismo camino pero discurren, en mi opinión, por otro paraje de este vasto territorio; sobre todo el cuento, que requiere no sólo esa perfección de relojería sino también una agudeza y sensibilidad muy particulares para armar tramas lejos de la banalidad y la insulsez. Todos compartimos el impulso atávico de la escritura, pero poetas y cuentistas/novelistas tienen, creo yo, percepciones muy distintas de la experiencia y la poesía no debería ser el norte. El norte siempre debería ser escribir un poco mejor que ayer lo que sea que uno escriba. 

—Brillante, Analía. Me obligás a darle de baja a mi insólita teoría. Cambiemos de tema: ¿Alguna vez lloraste leyendo un libro? ¿Con cuál? 

A: Uff, varios. Pero el final del Quijote todavía me pone la piel de gallina y me precipita a las lágrimas. El fin de esa aventura inigualable, la perentoria constatación de que no había ni princesas ni caballeros ni entuertos ni jayanes es de una tristeza inabarcable, tremenda, metafísica. 

—¿A qué personaje literario quisieras besar con extrema pasión? 

A: A Heathcliff, sin dudas. Aunque a muchos otros también. 

Estás trabajando en un nuevo poemario, ¿no es así? ¿Qué me podés adelantar? 

A: Lo que te puedo adelantar es que se trata de una serie de poemas nacidos, cada uno de ellos, a partir de un verso de Olga Orozco, una de mis poetas-faro. Todas las noches, antes de dormir, hago un ejercicio que consiste en leer un libro de poesía subrayando los versos que me deleitan o impactan. Luego, elijo uno de esos versos y girando en torno a él escribo un poema. Así lo hice, hace un par de años, con la Poesía completa de Orozco y ese es el material que estoy puliendo ahora. Se supone que será publicado en forma digital, en algún momento de este año, por la editorial de la Universidad Nacional de La Plata (EDULP). 

—Vamos con la última: te regalo la posibilidad de invitar a tomar un café a cualquier artista de cualquier época. Contame quién sería, a qué bar lo llevarías, y qué pregunta le harías. 

A: Ay, qué dilema, invitaría a cientos… pero no me caben dudas de que si tuviera que elegir, elegiría a mi músico favorito (Frank Zappa), lo invitaría una cerveza bien helada y le preguntaría cómo hizo para componer tanta música maravillosa e incomparable. 

Quienes quieran saber más sobre el trabajo y la obra de Analía pueden entrar a: 




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