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Bogotá curiosa -5-

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Tomado del libro Bogotá curiosa de Jorge Consuegra. 

  • Por fin y después de muchos años de espera, a mediados del siglo 19 se fundaron los primeros hoteles en Bogotá. Fueron los Hoteles Albión y Metropolitano que causaron verdadera admiración entre los bogotanos y los mismos viajeros. 
  • Los teatros inolvidables de Bogotá fueron La Comedia, Cinelandia, Libertador, Scala, Radio City, Aladino, Metro Riviera, Coliseo, Luz, San Jorge, Teusaquillo y Palermo. 
  • En Marzo de 1810 los curas de San Victorino usufructuaban una “capellanía” a lo largo de sesenta años de existencia y cuya tarea central consistía en decir las misas de 12:00 en los días festivos por el alma del fundador y de sus ascendientes. Una de las intenciones del fundador había sido legar algunas propiedades a un hijo natural, quien se encontraba próximo a recibir el estado sacerdotal. Dado que los hijos naturales eran repudiados en la época y que carecían de derechos, las “capellanías” constituían una vía para reconocerlos y asegurar su sostenimiento. El valor de las “fincas”, bienes sobre los cuales se fundaba la “capellanía”, ascendía a 4.100 patacones en 1749. Por voluntad del fundador, a la muerte de su hijo natural los bienes de la “capellanía” pasarán a los curas de San Victorino y serían distribuidos así: 2.000 patacones a los curas y 2.000 para el seguro de las misas de 12. 
  • El teatro libre de La Media Torta fue un regalo del gobierno británico a Bogotá en 1938 como parte de la celebración de los 400 años de la fundación de la ciudad. En 1979 se firmó un decreto en donde se obligaba a los artistas internacionales que tuvieran una presentación en Bogotá o una gira nacional, a que lo hicieran también allá y en forma gratuita, pero después de unos años, este decreto fue derogado. 
  • En el período del terror hubo un contraste truculento, pues mientras los pacificadores fusilaban patriotas casi a diario, y por orden de Morillo, se celebraban bailes en el Coliseo, con los cuales procuraba el verdugo, por una parte, dar una cierta apariencia de normalidad, y, por otra, hacer lo posible para que la ciudadanía fraternizara con los españoles y hasta el propio Morillo asistía ocasionalmente al Coliseo. 
  • En 1835 vino a la capital el primer elenco dramático realmente profesional que conoció esta ciudad. Fue la compañía de Francisco Villalba. Antes sólo actuaban en el Coliseo aficionados de muy escasa o ninguna capacitación escénica, aunque uno de esos aficionados era muy popular en Bogotá más por las barbaridades que solía decir en el escenario que por su preparación como actor, la cual era absolutamente nula. 
  • El personaje se llamaba Don Chepito Sarmiento, que se desempeñaba en la vida real como portero del Palacio Presidencial. Dice de él Don José Caicedo y Rojas que era el rey de la escena con su compañía formada por unos pocos aficionados de su misma clase, o sea, sin la menor educación teatral ni literaria, y como si fueran pocas las innumerables carencias de Don Chepito como actor, tenía además una memoria deplorable. 
  • Las tierras ubicadas el Occidente de la ciudad de Santa Fe, fundada el 6 de Agosto de 1538, se caracterizaban por ser anegadizas, al punto tal que en épocas de lluvia las aguas las cubrían a lo largo de los meses. Precisamente, esta fue una de las razones para que la fundación de la ciudad se realizara al pie de los cerros orientales, en el sitio que llevaba por nombre Teusaquillo, lugar de esparcimiento del Zipa, y que se encontraba en un lugar prominente, provisto de vivienda, de aguas, con leña suficiente y tierras cercanas, además de una relativa altura, que lo hacía fácilmente defendible, y resguardado por las montañas al oriente. Esta es una de las razones para que encontremos la historia de Santa Fe con un desarrollo urbano estructurado en sentido norte-sur. Siguiendo el camino que en dirección a Tunja, este tomaba el nombre de Calle Real del Comercio, hoy Carrera Séptima, y el del sur que se dirigía a los pueblos de indios de Usme y Tunjuelo. Finalmente estaba el camino de Occidente, que le aseguraba a Bogotá el contacto con el puerto de Honda. Esta estructura en T es la dominante en la conformación del espacio urbano bogotano, al menos hasta las primeras décadas del siglo XX. 
  • Una de las publicaciones más importantes del siglo 19 fue el “Calendario” de don Antonio Buenaventura. Allí aparecían toda suerte de informaciones, desde los cumpleaños de la clase distinguida, hasta dónde conseguir agujas e hilo, o direcciones de médicos y “teguas”, pero fundamentalmente tenía fechas patrias y religiosas y horarios de misas y procesiones. 
  • En 1937 llegó a Bogotá la primera grabadora portátil de sonido, enviada desde EUA por la empresa de discos RCA Víctor para grabar los temas musicales de la orquesta de Emilio Sierra, compositor quien por entonces causaba furor y no se podía esperar a que pasara el tiempo sin que sus composiciones quedaran grabadas. 
  • El 1º de Noviembre de 1865 se inauguró en Tres Esquinas el servicio telegráfico que tuvo una primera extensión de 12 millas. Los primeros días fue de absoluta congestión, pues todos querían enviar y recibir mensajes así no tuvieran ninguna importancia entre unos y otros. 
  • El 6 de Octubre de 1974 Bogotá se paralizó, cuando el ingeniero Antonio Pérez Restrepo dirigió el equipo que trasladó el edificio Cudecom unos metros al sur de donde estaba, dándole paso a la Calle 19 que se estaba expandiendo hacia el occidente. El edificio tiene 6 pisos y pesaba 700 toneladas. Aquel 6 de Octubre fue un verdadero espectáculo no sólo para los bogotanos sino para todo el país y el mundo, pues fueron muchos los periodistas que se apostaron en el lugar para ver tal espectáculo. Era la primera vez que se hacía en el mundo. 
  • Uno de los primeros residentes que tuvo el Centro Urbano Antonio Nariño fue el destacado periodista político Hipólito Hincapié que, por cierto, aún se mantiene activo con sus comentarios políticos. 
  • Los estudiantes de los colegios San Bartolomé y el Rosario aprovechaban las fiestas de fin de año para representar obras de teatro. Corría el año de 1823 y el fervor de la recién lograda Independencia produjo una vigorosa erupción de corrientes liberales que se pronunciaron abiertamente contra el fanatismo y la intolerancia heredados de tiempos coloniales. Lógicamente uno de los canales más expeditos que dicha reacción encontró para expresarse fue el teatro. Con una clara y beligerante intención política, los estudiantes bartolinos, que se caracterizaban por sus ideas avanzadas, montaron en el Coliseo la tragedia “Mahoma o el Fanatismo” de Voltaire. Esta representación, como era de esperarse, produjo una virulenta reacción por parte de los sectores clericales y retardatarios de la ciudad. Fue tal el entusiasmo progresivo que despertó el teatro entre los bogotanos, que a partir de 1825 se levantaron pequeños tablados o escenarios populares en algunos puntos de la ciudad. Fue un fenómeno en general bien recibido ya que se hablaba de él como un encomiable intento de llevar la cultura al pueblo. Los estratos populares dieron una generosa respuesta a este esfuerzo por “descentralizar” el teatro. Y es digno de notarse cómo, debido a su muy precario nivel cultural, las masas vivían el espectáculo con una absoluta ingenuidad, y por lo tanto con un ardor y con una intensidad de que eran lógicamente incapaces las gentes más cultas. A propósito de esto, hay una anécdota real y ciertamente deliciosa que trae Caicedo Rojas. Ocurrió que en la llamada “Gallera Vieja”, ubicada en lo que es hoy la esquina de la Calle 8ª con la Carrera 11, un grupo de artesanos aficionados presentó la tragedia en verso y en cinco actos titulada “La Pola”, de la cual era autor el señor José María Domínguez, distinguido abogado bogotano que ejercía la literatura en sus ratos libres. El anuncio de esta presentación provocó interés entre otras razones porque, por tener lugar en el año de 1826, la mayoría de los bogotanos había vivido los sombríos tiempos de Sámano y acaso algunos de ellos habían presenciado el inicuo fusilamiento de la heroína. El rudimentario teatro estaba, pues, totalmente repleto. La tensión y la angustia del público crecían, en medio de las largas parrafadas líricas del autor, a medida que se aproximaba el clímax. Llegó el momento en que Policarpa Salavarrieta fue sentenciada a muerte por los esbirros del Virrey, puesta en capilla y conducida al patíbulo. En ese momento estalló la hasta ahora contenida compostura de la audiencia, la estruendosa vocinglería de los asistentes que lanzaban toda clase de improperios contra los tiranos y exigían como mínimo la conmutación de la pena capital a Policarpa. En vano trataron el director escénico y los actores de aplacar las iras del público y explicar que se trataba de una ficción dramática. Las imprecaciones no cesaban y a cada momento se hacía más evidente que los iracundos espectadores no tardarían en pasar de los alaridos a los hechos y que, por lo tanto, se lanzarían desaforadamente sobre el escenario para liberar a “La Pola”. En consecuencia, los actores tomaron la prudente decisión de suspender el fusilamiento y volver a conducir a la heroína a la cárcel. A continuación, un actor regresó al escenario para informar al público que el fusilamiento ya no se realizaría. Sin embargo, ni siquiera este piadoso anuncio consiguió que los patrióticos espectadores le perdonaran el crimen que había estado a punto de cometer. El primer impacto que recibió fue un trozo de panela en el ojo izquierdo, al cual siguieron muchos más proyectiles de muy variada dureza. El infeliz hubo de buscar refugio detrás del escenario para salvarse de quedar mal herido. 

Nota: el libro puede ser pedido en Bogotá en el 212.4012.




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