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Se cumplieron 70 años del Premio Nobel otorgado a Gabriela Mistral

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Gabriela Mistral
Gabriela Mistral

Hernán Díaz A., Universidad de Chile/ Tomado de El Porta(l) Voz 


Extraño caso, no sólo en nuestra tierra, sino en la historia de la literatura universal, el de esta mujer que no nació en una "cuna extraordinaria" y, sin embargo, antes de publicar su primer libro, tuvo por todos los países de su lengua mayor gloria hasta que algunos autores clásicos. 

Su obra ya no puede juzgarse: es ella la que divide y clasifica. Los que la admiran son "personas que la entienden", quienes la niegan "personas que no la entienden". Y si alguien quiere situarse en un punto medio, de uno y otro lado lo mirarán con desconfianza. 

Podemos, pues, limitarnos a referir algo de su historia para que sirva, más tarde, a los críticos a anotar algunas observaciones al margen. 

Los escritores profesionales desconfían sistemáticamente de los concursos y certámenes literarios; sin embargo, de uno salió Edgar Allan Poe, camino de la fama, y de otro que tuvo lugar en Santiago, surgió la autora de Los Sonetos de la Muerte. Dicen que Poe llamó la atención por su magnífica letra, y que los jurados santiaguinos premiaron a Gabriela Mistral "in extremis" sin saber lo que hacían, por no declarar desiertos los juegos florales y fracasada la fiesta. 

Antigua maestra rural, totalmente ignorada, la señorita Lucila Godoy (nombre verdadero de Gabriela Mistral) enseñaba por entonces gramática castellana e historia de la Edad Media en el Liceo de los Andes, y un rumor de leyenda refiere que no se presentó en el teatro a leer sus estrofas, porque no tenía cómo hacerlo en forma digna, y que habría presenciado su triunfo desde las galerías populares. 

La "flor natural" atrajo sobre ella las miradas y todos sintieron curiosidad por esa mujer oscura, de personalidad fuerte y áspera. Le escribían cartas y ella contestaba en papel de oficio, con una letra enorme y palabras vehementes. Las revistas estudiantiles le pedían versos: ella no tenía ningún inconveniente en darlos. Amigos de otros tiempos, interrogados por recientes admiradores, recordaban que, en sus principios, leía mucho y hasta imitaba un poco a Vargas Vila, a Rubén Darío, a Juan Ramón Jiménez; contaban sus luchas pedagógicas, su heroísmo para estudiar sola, contra un ambiente mezquino y hostil, en medio de pobrezas amargas; y de boca en boca corría la historia de su amor, el único y trágico. Aquel suicida era la sombra envenenada que la hacía cantar, la obsesión que le arrancaba del pecho esos gritos pasionales, ese ruego insistente, ese sollozo estremecedor. 

"Para apreciarla, es necesario impregnarse en su atmósfera propia, no esperar de ella sino lo que puede dar, saber sus límites y no querer traspasarlos". 

Poco a poco su dolor fue ganando los corazones, y la figura de Gabriela Mistral tomaba relieve de medalla. 

Decían: 

-Es la primera poetisa chilena. 

Altos personajes se interesaron por su suerte y de Los Andes pasó a Punta Arenas, como directora de Liceo, de allí a Temuco y en seguida a la capital. 

Se extendía, prodigiosamente, su fama literaria, salía al extranjero, era admirada hasta donde el nombre de Chile apenas se pronuncia, y la humilde maestra daba lustre al país. 

En seguida vino el llamado de México, sucedieron las manifestaciones públicas, con asistencia del Gobierno y, cuando Lucila Godoy partió, la multitud se apretaba en la estación para verla, centenares de niñas cantaron sus versos y, entre aclamaciones a su nombre, pasó ella, de abrazo en abrazo, siempre vestida de "saya parda", austera la cabeza, confusa la expresión. 

Desolación es uno de sus más famosos libros. Tiene 360 páginas y está dividido en siete partes: Vida, La Escuela, Infantiles, Dolor, Naturaleza, Prosa Escolar y Cuentos

En nuestra fantasía vemos otra clasificación. 

Una casa se incendia y las llamas suben sobre los tejados, echa al cielo humareda negra, blanquecina o rosa, crepitan las maderas, caen al suelo paños de murallas, dejando ver el interior de horno y todos los matices del fuego; allí una puerta indemne todavía, allá un trozo de ventana blanco, incandescente, pilastras negras, como calcinadas, montones de ceniza cálida y tras una alfombra ardiente, árboles y flores que por milagro parecen haberse librado, se iluminan trágicamente junto a la hoguera. 

He ahí el panorama del libro. 

La inspiración no lo ha penetrado todo de manera uniforme y tiene zonas difíciles. 

Los que confunden la crítica con la censura sistemática, los que buscan la pequeña mancha del cristal, desdeñando el paisaje que transparenta, encontrarán amplio campo donde lucir sus pequeñas habilidades. Podrán tacharla de oscura y retorcida, porque no siempre Gabriela Mistral logra aclarar su pensamiento y, a veces, sus lágrimas corren turbias. No es una exquisita, y desdeña, demasiado tal vez, los preceptos de la retórica. Ella se llama a sí misma "bárbara" y sus predilecciones van hacia la Biblia, no acepta en la literatura moderna el ejemplo de Francia, heredera de Grecia, sino la novela rusa, enorme y algo caótica y las vaguedades panteísticas de Rabindranath Tagore y sus secuaces, más o menos teosóficos. No tiene seguro el gusto, como no lo tenían Shakespeare ni Víctor Hugo, y cuando retoca suele desmejorar su forma. 

Para apreciarla, es necesario impregnarse en su atmósfera propia, no esperar de ella sino lo que puede dar, saber sus límites y no querer traspasarlos. 

Hebrea de corazón, tal vez de raza -dejamos el problema a los etnólogos e investigadores- el genio bíblico traza su círculo en torno a Gabriela Mistral y la define. 

Su acorde íntimo y profundo, lo que llamaríamos la nota tónica de su personalidad, es un canto de amor exasperado al borde de un sepulcro. 

Ahí está ella. 

"La fuerza de Gabriela Mistral está en su sentimiento de muerte, esos dos polos de la especie humana". 

Hablará con ternura delicada de los niños, les compondrá rondas ágiles, tratará de sonreírles para que no tengan temor; palabras más suaves, como en la fábula del Lobo y la Caperucita Roja, se siente la garra de la fiera y uno experimenta el temor de que espante de súbito a sus criaturas infantiles con algún rugido. 

La fuerza de Gabriela Mistral está en su sentimiento de muerte, esos dos polos de la especie humana. 

¡Cómo ama al suicida! Es de él "como la casa que arde es del fuego" y nadie ha tenido acentos como los suyos para decir el espantoso tormento del amor. ¿Qué voz rogará al oído divino como su plegaria? Las palabras se atropellan, las imágenes se suceden y confunden, forman una masa palpitante de ternuras y de lágrimas... "mi vaso de frescura, el panal de mi boca, cal de mis huesos, dulce razón de la jornada, gorjeo de mi vida, ceñidor de mi veste..." y luego ¡qué síntesis suprema del amor!... “amar bien sabes de eso, es amargo ejercicio -un mantener los párpados de lágrimas mojados- un refrescar de besos...". 

Los acentos de Gabriela Mistral que traspasarán el tiempo, no dan sino esas dos o tres notas agudas con que los profetas de la Biblia nos hablan todavía a través de las edades. 

Esta lengua no expresará ni un pensamiento filosófico ni una verdad científica, ni una duda, ni un sentimiento del infinito. Las letras de sus libros serán contadas; pero serán letras de fuego. Dirá pocas cosas; pero martilleará sus palabras sobre un yunque". 

Gabriela Mistral tiene una especie de horror a la duda y no conoce la ironía, la sonrisa ambigua del escéptico; salta de la carne al espíritu sin detenerse en los matices intermedios; su filosofía se disuelve en las imaginaciones de los anhelos misericordiosos de la legión tolstoyana. 

Rubén Darío hizo resonar en nuestros bosques la flauta de pan y persiguió a las ninfas que se bañan desnudas en los ríos; evocó elegancias refinadas, tuvo músicas leves y breves, insinuó matices fugaces y se enervó con la alegría exquisita y artificial. 

Gabriela Mistral adora al Dios vengador y terrible que abomina los pecados de la carne, Dios violento, inmensamente distante de su criatura. El nombre de su libro lo revela, Desolación

Gabriela Mistral no ha sido la primera en romper las tradiciones de la poesía castellana: halló el terreno preparado por toda una evolución que inició Rubén Darío; pero ha dado a su obra un sello que la distingue. 

Las almas tímidas, los corazones fríos, dirán que rompe la armonía y la llamarán al orden, a la mesura, a la dignidad; pero el que alguna vez haya sentido en el corazón la tempestad, el que haya amado, sufrido y soñado, el que haya entrevisto siquiera la impotencia de la voz humana para decir ese nudo que echan a la garganta el amor, el dolor y la muerte, experimentará con las estrofas de Gabriela Mistral la sensación de alivio del que estaba ahogándose y sale al aire respirable. 

Dijo un español que nuestra raza no tenía poetas, que en la República de Chile sólo nacían historiadores. Y nosotros le creímos. Acaso era cierto. Como los ríos que bajan de la montaña recogiendo a su paso todos los arroyos de los campos, nuestra raza no ha querido llegar al Océano, sino cuando hubo acumulado caudal de aguas bastantes para abrir ancho y profundo surco en medio de las olas del mar.


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