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Elogio al ensayo

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Por: Fabio Martínez*/ Tomado de Con-fabulación/ Bogotá. De las múltiples formas de escritura que existen, la más exquisita entre todas, para plasmar una idea o un pensamiento, es el ensayo. Ni la diatriba que es común entre nuestros políticos le llega a los tobillos; tampoco lo supera el artículo académico, que como está plagado de citas, no parece ser un ensayo sino una “caza de citas”. 

El ensayo es un género literario que descolló en Europa en pleno Renacimiento. Para los franceses, el pionero de este estilo de escritura fue Michel de Montaigne quien con sus famosos Ensayos publicados en 1580 abrió un nuevo campo para expresar las ideas y el pensamiento. Montaigne afirmaba que el ensayo es un género bifronte que oscila entre la ciencia y el arte. La ciencia estaba representada en el ensayo a través de una pregunta o una conjetura que el ensayista se proponía discernir; el arte está determinado por el estilo o la forma del lenguaje con que se quiere reflexionar. 

Montaigne escribió excelentes ensayos sobre su época pero así mismo como un pensador errante que era, escribió sobre el acto de dormir, la nariz, los olores, la vejez, los cojos: todos estos asuntos aparentemente triviales, pero útiles y necesarios en la vida de los seres humanos. 

G.K Chesterton, el autor inglés del libro La inocencia del padre Brown destacó a Francis Bacon como el pionero del ensayo en el mundo anglosajón. Chesterton comparó el ensayo con el viaje al plantear que así como hay un lugar para el ensayista ocioso y errabundo, así mismo existe un lugar para el viajero vagabundo. De esta manera, el escritor inglés relacionó el arte del ensayo con el arte de errar, en el doble sentido de la palabra. Cuando se escribe un ensayo hay que errar o viajar por el pensamiento; pero así mismo, el ensayo –como la vida –está también íntimamente ligada al yerro, al error, y por lo tanto, al dolor. 

Para Chesterton pensar es una forma de viajar, es una especie de hermenéutica del espíritu. Y viajar con esperanza es mejor que llegar; como afirmó R. L. Stevenson, el autor de La isla del tesoro

Podemos deducir que el ensayo es un viaje del espíritu nómada donde se puede discernir sobre algún asunto de las ciencias, el arte o la vida misma; pero la condición básica es que debe estar bien escrito. Por esta razón don Alfonso Reyes, uno de los grandes ensayistas de América lo llamó el “centauro de los géneros”. 

Como es sabido, el centauro es un animal mitológico, mitad hombre y mitad caballo. En la metáfora de Reyes, el hombre -se supone- representa la razón, el conocimiento humano; el caballo, con sus bellas formas y sus movimientos, nos remitiría al lenguaje estético que exige el ensayo. 

El académico colombiano Jaime Alberto Vélez afirmó que el ensayo, cualquiera que sea la materia de que se ocupe, sobrevivirá mientras no pierda el carácter libre, imaginativo y personal. 

En una época donde la diatriba, el insulto y el exhibicionismo mediático están a la orden del día, bien vale la pena reivindicar esta exquisita forma del pensamiento y de la razón. 

Letra Urbana: para celebrar el Día del Idioma, Señal Colombiana emitirá una serie de documentales de escritores colombianos hasta el 26 de abril, a las 12:00 m. 

( * ) Escritor y catedrático colombiano.

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