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La tragedia, el niño, el tendero y el ladrón

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Por: Jorge Pontón C. 


El niño. 

Hiju’el diablo si llora el niño. Mamá dice que tal vez le dolerá el estómago, que a lo mejor tiene hambre, o que está quemado, a pesar del continuo cambio de pañales. Hoy, cumple ocho días de nacido y ahora nos prohíben jugar cerca a su alcoba porque el ruido puede despertarlo. Daniel y yo no sabemos qué hacer. Yolanda, como es mujer, no juega a los mismo que nosotros. Tal vez para ella esa orden no sea tan difícil de cumplir; será ponernos a jugar bolas, aunque en la tierra del solar es muy difícil. 

Son las dos de la tarde. Hace una hora que almorzamos y ya podemos jugar futbol. Para esto el solar es muy bueno, aunque esté en tierra y no en pasto, porque es muy amplio y la alcoba donde está mamá convaleciente del parto, queda algo retirada. Me dispongo a patear un penal cuando oigo los gritos de mi tía, llamado a mamá: 

-¡Alicia, Alicia, mataron a Gaitán y Bogotá está hecha un infierno! Prenda el radio y oiga la Nueva Granada que está dando la noticia. 

Mamá no puede levantarse, pero mi tía corre a su habitación mientras Daniel y yo interrumpimos el futbol para seguir a la tía hasta la alcoba de mamá, que ha encendido un radio que después de unos segundos de silencio, corrobora lo dicho por la tía. 

La más inmediata preocupación de las hermanas son sus esposos, es decir, mi papá y mi tío Jaime. Ambos trabajan en el centro de la ciudad; aquel a unas quince cuadras de donde mataron a Gaitán, y este sólo a dos. Nada se sabe de ellos. 

En su angustia, alternan oraciones y llanto, comentarios y preguntas; los silencios están destinados a oir cuidadosamente los comentarios del radio. Pasan los minutos, que en opinión de ellas tienen la forma de horas; nada se sabe de sus esposos. Por fin, como hacia las 4 de la tarde, llega papá: trae un paquete muy grande con panela, chocolate, arroz, lentejas fríjoles y manteca. Trabaja en Bavaria y ésta empresa, ante la gravedad de lo que sucedía, y por medio de su Cooperativa, optó por entregar a los empelados un pequeño mercado para que lo tuvieran de reserva. A papá le tocó hacer más de la mitad del recorrido a pie: logró coger un tranvía en la calle 24 y éste lo trajo hasta la 60; el resto fue a pie y con el paquete del mercado. Ahora la preocupación es sólo por Jaime. Las mujeres siguen rezando. Nace una nueva preocupación: los teteros de Guillermo, el recién nacido: ¿Cómo los irán a traer en semejante caos? 

-No podemos hacer más que esperar, dice papá. 

Hacia las 5 llega Jaime. Viene cojeando muy pronunciadamente. 

-La chusma está persiguiendo a todo el mundo, corrí, y me caí en una alcantarilla destapada; me raspé la pierna -. Se levanta un poco la manga del pantalón, y deja ver una largar raspadura que va desde la espinilla hasta más arriba de la rodilla, por el costado exterior de la pierna izquierda. Y concluye: tuve que venirme a pie, no pude encontrar tranvía ni nadie que me trajera. 

De pronto, unos terribles golpes en la puerta. Papá se dispone a abrir, y mamá quiere impedírselo. Los golpes prosiguen cada vez con mayor furia. 

-¡Abran o echamos la puerta abajo¡ -grita alguien desde la calle. 

Papá abre. 

-Si en quince minutos no pone una bandera de Colombia, le quemamos la casa! 

¿De dónde sacar una bandera en este momento? 

Papel milano más rosado que rojo, que sólo Dios sabe porqué estaba en casa, un cobertor amarillo del recién nacido y un pedazo de sábana azul, hacen la bandera que es puesta en la puerta. 

Hacia las seis de la tarde, el cielo del solar se cubre de un color rojizo extraño, acompañado de una insinuante humareda. 

Papá se asoma a la puerta. Cuando vuelve informa, con una temblorosa voz y un semblante pálido y asustado: 

-Incendiaron la tienda y la casa de don Nepomuceno. 

-Pero si el viejo no es tan mala persona. Nos fía a todos, aunque venda más caro. Comentó mamá. 

-¡Dios mío! Que el incendio no llegue hasta aquí. Rogó mi tía. Y de nuevo los rezos y las oraciones. 

Hacia las ocho de la noche, después de comer, caí dormido. 

*** 

El tendero 

-Está buena la sopita. Esta Maruja cada día cocina mejor. Ojalá no entre nadie a pedir nada y me dejen almorzar tranquilo. 

Debía cerrar a esta hora y volver a abrir hacia las dos y a lo mejor hasta una siestecita podría echar; pero perdería la venta, que para algo sirve aunque sea escaza. Voy a aprovechar la quietud de esta hora, para revisar el cuaderno de las deudas; si no estoy mal, El Urrego me debe casi veinte pesos, por eso no le quise fiar esta mañana lo del desayuno. No debería fiarle a nadie, ¿pero cómo si todo el mundo viene es a fiar y a fiar y a fiar? Algunos pagan puntual, otros a medias y otros casi que a las malas. ¿Qué será ese alboroto que se oye? Es mejor asomarme a ver. Doña Emma, buenas tardes, ¿Por qué él alboroto? Mataron a Gaitán, don Nepo; el radio dice que Bogotá está al revés; hay incendios, asesinatos, cometidos por la chusma sublevada. Quieren matar a todos los godos, y los dos somos godos. Si, doña Emma, pero no le hacemos daño a nadie. ¿Y es que usted cree que preguntan algo antes de matar? Matan sin pensar en eso. Voy a avisar a otras personas. Adiós don Nepo. Maruja, mija, venga un momento. Vino doña Emma y me contó que mataron a Gaitán y que todo está muy feo y al revés. Cerremos esta vaina y vámonos Nepomuceno. ¿Y para dónde nos vamos? Aquí al menos estamos tranquilos. Entonces cierre la tienda, mijo. Es mejor. Tranque bien la puerta y no le abramos a nadie. ¿Cómo se le ocurre que voy a cerrar? Si es cierto todo eso, la gente tendrá que venir a comprar, y si cierro pierdo la venta. Vendrán a fiar, porque nadie tiene plata. Sí, pero tarde o temprano me pagaran. 

Ya son casi las cinco de la tarde y siempre es que he vendido alguito. Así, por encima diría que llego a los cuarenta pesos; claro que de esos la mitad son fiados. A sus órdenes señor, que se le ofrece: A mi nada, tiene que poner una bandera de Colombia o le incendio la casa, carajo. ¿Usted es godo o liberal? Liberal, señor, claro que liberal. Entonces hágame caso y ponga la bandera. Maruja, Maruja, tráigase la bandera de Colombia que debemos ponerla en la puerta. Aquí está la bandera. Póngala y cierre, mijo, no se arriesgue más. Si, mija quizás tenga razón. Apenas ponga la bandera me entro y tranco bien la puerta. 

*** 

El ladrón 

Carajo eso si es estar de malas. Cuatro meses sin trabajo y cuando me citan para darme uno, matan a Gaitán, se arma la gorda en Bogotá, y me toca regresarme a la pieza a seguir aguantando hambre. Llevaba mí cédula conservadora, la que saqué aquí cuando llegue hace un año, por si me la pedían. El otro día mostré la liberal, la que saqué en Viotá, y no me salió el trabajo. Son casi las cinco de la tarde y lo único que he comido es una ague’panela con un calao. Le debo tanto al Nepomuceno que el godo desgraciado ese ya no quiso fiarme nada. No valió rogarle y decirle que hoy me daban trabajo. He debido quedarme en el centro echando piedra. Pero como ya estuve preso hace unos años por matar a un godo allá en Viotá, me dio miedo meterme en líos. Y ahora viene este chulavita a decirnos que tenemos que poner una bandera de Colombia o nos incendia la casa. Tengo que salir a ver si encuentro papel o tela para hacerla. Eso sí, que me la regalen porque no tengo para comprarla. El Nepomuceno debe tener algo que nos sirva. Voy a Ver. ¡Huy!, pero ahí está el guache que nos vino a amenazar. Le estará diciendo lo mismo a Nepo. Mejor me espero y me quedo mirando desde aquí. Ahí sale el viejo con la bandera. La está poniendo. Hasta chusco está el trapo ese, pa’qué. Se vuelve a entrar. Ahora si voy a golpearle. Don Nepo véndame algo con que pueda hacer la bandera… Si no nos queman la casa. ¿Pero por qué no? ¿Es que no tiene nada? ¿Ni papel, ni tela ni nada? ¡Carajo cómo no va a tener algo! Al menos debía darme la mitad de su bandera…. ¿y porque carajos la mitad, si puedo tenerla toda?... Sí, me la robo, la pongo en la casa y se acabó el asunto.


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