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‘Las prisas del instante’, de Federico Díaz-Granados

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Por: Juan Carlos Abril* 


"Federico Díaz-Granados nos ha regalado un libro que necesitamos leer y con el que empatizamos", dice el autor sobre el último poemario del colombiano. 



Las prisas del instante, del colombiano Federico Díaz-Granados (Bogotá, 1974) nos deja el sabor de la vida exprimida hasta sus últimas consecuencias, ahondando en ella a través de una mirada que no cesa de escrutar la realidad, una indagación constante en la materia y en el poliedro del sujeto —tantas veces contradictorio— contemporáneo: "Y si estos ojos no conocen otro oficio / sino contemplar las cosas destruidas y los rostros perdidos / entonces qué sería del puntual golpe de almanaque, / la llegada de las lluvias según los pronósticos del tiempo." (p. 42) (de 'Oficios', pp. 42-43). Quizás uno de los mejores o más conseguidos poemas del libro, 'Oficios' es también una declaración de principios: "No fuimos asesinos, ni notarios, ni carteros / y no hicimos pactos entre el decir y el callar. / Volvimos a extraviarnos en el amargo olor de la cocina, / y a perder el amor en un mal golpe de dados"(pp. 42-43). Entregados al azar con sus imprecisiones y a las muchas ambigüedades de la palabra, el oficio del poeta es mirar, pero más allá de la poesía, el oficio del hombre es mirar no en el sentido platónico y pasivo del término, sino de observar, aportando un enfoque eminentemente constructivo. Es más, el poeta aporta desde su don verbal una gnosis que supera cualquier intuición, que traspasa cualquier barrera metafísica, encarnándose en la cotidianidad. De hecho, esa cotidianidad es uno de los ejes de este libro, como en 'Recados cotidianos' (p. 23), donde el escenario de la intimidad se bifurca entre la casa, lo privado, y la calle, lo público: "Porque desde la trastienda del sueño llega un viento / que mueve la casa / una luz que se enciende al otro lado de la calle / como trayendo señales de otro mundo." (ibíd.). Cara y cruz del día a día, a veces lo que tenemos cerca se constituye en extrañeza tanto por puntillista identificación como por falsas similitudes: "No podía salir porque afuera había pestes y epidemias / y no sabía ni intuía de qué se trataba." (ibíd.) 

Por eso en ciertas ocasiones un guiño cortazariano puede ayudar a descongestionar la situación: "Para qué restaurar la casa / si este amor es un relato de hastíos y ángeles de extraña estirpe" (p. 21, inicio de 'Casa tomada'). Guiño que va más allá de la relación intertextual o creativa y que se imbrica en una concepción melancólica del mundo, melancolía fruto precisamente de la velocidad del momento, de la intensidad de lo vivido o, lo que es lo mismo y utilizando el título del libro, de Las prisas del instante. No son pocas las páginas donde se puede leer este hastío, verdadero hilo en el que se articula el poemario. Este spleen contemporáneo sin duda alguna nace de esa apuesta absoluta por vivir, sea lo que sea eso, vivir: "Tenía razón el tiempo en llevar su ritmo / y la vida en tener sus afanes / para quedarse acá / con todas las prisas del instante." (p. 11, del homónimo poema 'Las prisas del instante', con el que se abre el conjunto). La abulia, pues, como única salida a las expectativas que nos hemos creado, a la ilusión por las cosas —materiales y emocionales— y las personas: "Para matar el tiempo guardo los fantasmas y tristezas / las nostalgias y los nombres que permanecen / para que cada uno encuentre / —como en los juegos de azar— / su par, su carta repetida." (p. 14, de 'Pasatiempo'). 

Federico Díaz-Granados nos ha regalado un libro que necesitamos leer y con el que empatizamos. Un libro importante que no sólo viene a refrendar la trayectoria del autor sino que viene a enriquecer el panorama siempre magmático de la poesía colombiana, y que los lectores agradecemos. 





Oficios 

Y si estos ojos no conocen otro oficio 
sino contemplar las cosas destruidas y los rostros perdidos 
entonces qué sería del puntual golpe de almanaque, 
la llegada de las lluvias según los pronósticos del tiempo. 
Qué sería de la vana algarabía 
de ver envejecer el rostro entre lágrimas 
y ver dormir en las palabras 
los amores fracasados y los muertos que no conocimos. 

Y si estas manos no conocen otro oficio 
que aferrarse al timón y romper papeles 
entonces qué sería de estas hambres 
y las basuras acuñadas en el rincón de la alcoba. 

Si tal vez conocieran los oficios de asesino, 
trashumante, hombre de circo 
alguien bebería del corazón en el exilio. 
El alma no tendría el desdén de amar otra piel 
otros ojos, otras manos 
en estancias que dialogan en lenguas extranjeras 
toda peste y todo insomnio 
por un puñado de palabras o de arroz. 

No fuimos asesinos, ni notarios, ni carteros 
y no hicimos pactos entre el decir y el callar. 
Volvimos a extraviarnos en el amargo olor de la cocina, 
y a perder el amor en un mal golpe de dados. 

* *Juan Carlos Abril, poeta. Su último libro es 'Lecturas de oro. Un panorama de la poesía española (Bartleby editores, 2014). 



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