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La novela Los derrotados de Pablo Montoya

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Por: Omar Castillo 


Los derrotados es una novela cuya lectura atrapa y sumerge al lector en su elaborada estructura narrativa, en los ritmos y en los cortes de cada frase, de cada párrafo. Las historias de Los derrotados están escritas en una prosa que seduce por la manera como fluye su narración, por la precisión y manejo dado a las palabras con las que es nombrada y tejida su trama, sus tramas, pues en esta novela suceden varias historias. 

En Los derrotados Pablo Montoya consigue que la narración se mantenga entre dos tiempos históricos. El primero, en la historia de Francisco José de Caldas, en su participación como hombre de ciencia con sus estudios botánicos, con los de astronomía, en su actividad durante los escarceos emancipadores de 1810 en la Nueva Granada, su detención, juicio y fusilamiento en Santafé de Bogotá por los Realistas españoles. El segundo, en las historias de personajes a quienes les ha tocado vivir las realidades de la Colombia de 1980 y sus posteriores décadas a la luz de un Estado corrupto en lo social, lo económico y lo político, en el accionar de las Fuerzas Armadas del Estado y de los grupos armados enfrentados al Estado, en el narcotráfico y su capacidad de permear todos los estratos de la población, y en medio de esta barahúnda, la población sometida a la indignidad, la desaparición y el desplazamiento forzado generado por unos y otros. 

En la narración de las historias de Santiago Hernández, Pedro Cadavid y Andrés Ramírez, jóvenes amigos que están terminando sus estudios de secundaria en el Liceo Antioqueño de la ciudad de Medellín, se cruzan los tejidos de las tramas que muestran las recientes realidades de Colombia a través de estos personajes y de aquellos con quienes comparten sus vivencias. Con estas historias el autor logra escenas duras, difíciles de asimilar en algunos de sus momentos, escenas no idealizadas, donde las vidas y los sueños de estos seres se imprimen como si de alguna manera fueran las sombras o los muñones de un acto repetido a mansalva y que los conecta con las visiones y fricciones de un hombre como Francisco José de Caldas y su momento histórico donde, se dice, se inició la independencia y la constitución del hoy Estado de Colombia. 

Son tres jóvenes, tres vidas encontradas entre sus necesidades, sus urgencias y sus dudas. En uno, en su creencia en una “revolución” armada como vía para un cambio social en el país, sus vicisitudes y su posterior inserción en las rutinas familiares. En otro, a través de su asedio a los impactos y las consecuencias de unas realidades que quedan fotografiadas por él como anónimos testimonios que reclaman la revelación de sus padecimientos y la perversión de quienes los causaron, fotografías como documentos, ¿para la expiación, para la catarsis de una sociedad en eclosión?, ¿como una visión estética de las atrocidades de un conflicto donde se han desbordado todos los límites de la dignidad? Y en ese otro que cree posible relatar, a través de su escritura, una noción de los filos y de los extremos de la realidad, esa misma que termina revelándose en los 25 capítulos que, entre la desazón y la utopía, componen la novela Los derrotados y donde parecen quedar consumidos los sueños de estos seres y su tiempo, ya en los años de la década de 1810, ya en los años marcados a partir de 1980, en una nación que parece quedarse siempre en lo aciago de sus ambiciones. 

Son historias que suceden generándole a la novela una extraña y apremiante unidad fundada en las metáforas de la derrota, en el movimiento de las sucesivas analogías del desasimiento sufrido por una nación que no termina de configurar sus aspiraciones, de ver sus sueños reflejados en las tramas de su realidad, de una nación varada en las ascuas de su destino. 

Las metáforas que mueven la narración de la novela salen de los hechos que suceden en un país donde sus habitantes se ven desfigurados en sus historias y en las fábulas lanzadas por quienes dicen gobernarlos o por quienes presumen defender sus derechos. Son las historias de quienes quedan en la periferia de una geografía que parece siempre reservada para los goces e intereses de otros, esos que terminan imponiendo sus condiciones disfrazadas de reformas sociales y políticas. 

En las tramas de Los derrotados sus hilos narrativos atrapan al lector por la manera como el autor encarna los personajes, por como los presenta en su complejidad, también por la forma como logra la unidad de la novela, su característica y particular unidad. Entonces Los derrotados no es un curioso collage mostrado como novela, no, los capítulos que la componen están conectados a través de los continuos imaginarios vivenciados en un país que no se decide por su identidad. Por ello estos personajes, sus tiempos e historias, componen un fresco donde son reveladas situaciones que parecieran resurgir de entre sus fracasos para volver a ser repetidas por otros, creando un hilado de tautológicos asombros. El frágil y poderoso hilado de las ausencias y de las derrotas sin término. 

En los capítulos donde se narra la presencia de Francisco José de Caldas, sus sueños de hombre de ciencia atravesados por la miserabilidad política de su tiempo, por los ideales de una emancipación cargada de contradicciones e intereses solapados, esos mismos que siguen manteniendo a Colombia como una “Patria boba”, sumida en el limbo de sus pompas y apellidos hegemónicos, también quedan registrados los instantes de un enraizamiento geográfico que perturban por su fuerza, como los del capítulo 10, elaborado como un diario escrito por Caldas entre julio de 1802 y junio de 1805. Este capítulo está cargado de poesía, y no aludo al clisé de lo poético, digo cargado de poesía refiriéndome a la fuerza de la prosa cuando sus palabras logran irradiar el saber y el sabor que implican en su dicción, en el aprehender de lo que buscan nombrar. 

En la novela vale hacer un paralelo entre los capítulos 10 y 17. Mientras, en el 10 Caldas se sumerge y reflexiona sobre los dones de la geografía y las riquezas naturales de la Nueva Granada, en el 17, la ubicación y descripción de algunas fotografías tomadas por Andrés Ramírez como corresponsal de prensa en municipios de Antioquia y del Chocó en las décadas de 1990 y 2000, cuenta sobre la violenta capacidad alcanzada por los grupos armados para la obtención de sus objetivos territoriales y de las riquezas que yacen en su geografía. La narración de estas imágenes es meticulosa, lenta y exhaustiva, el abyecto de sus ejecutantes, su burla de la vida se encuentra en estas fotografías. Entre uno y otro capítulo queda el asombro que produce lo maravilloso de la naturaleza y el repudio por la capacidad destructora humana. 

En la novela, la escritura sobre las fotografías de Ramírez queda como una de las posibles maneras de abordar la historia de Colombia, la cual parece no cesar en su reincidir. Esas fotografías bien pudieron ser dibujos o acuarelas hechos durante la emancipación de la Nueva Granada de España en los siglos XVIII y XIX. Los derrotados, como novela, puede considerarse histórica por la manera como, en sus capítulos, se tejen y comunican, en dos tiempos, tramas y situaciones de la vida social y política de Colombia a través de las realidades de sus personajes. También puede ser política por la manera como involucra y confronta esas situaciones. Lo cierto es que Los derrotados es una magnífica novela donde son contadas las épicas íntimas de sus personajes. ¿Las íntimas épicas de unas derrotas que terminan reclamando un escenario donde fundar un principio para vivir? 

Queda la novela con sus 25 capítulos y la fuerza de una prosa atrapando a su lector. Queda la realidad en sus formas y maneras de pesadillas al borde de un sueño posible. Queda el peso de las historias, el asombro y la persistencia de sus personajes. Quedan las memorias de quienes se niegan al olvido, a creer que el tiempo en su diáspora de sombras y de oquedades, se ha consumido en sus mismas excreciones. Queda una novela que, a través de las metáforas de la derrota, explora las analogías que la derrota misma ofrece como retos para la vida. 

Es conmovedor cuando en el capítulo final de Los derrotados Ramírez estira la mano intentando tocar a quien cree es el hijo perdido de Alba. Es conmovedor por la extraña esperanza que se puede cifrar en tal acto. Es como si por un instante nos fuese dado alcanzar la presencia del país que alguna vez pudo ser Colombia. Esa nación con rasgos “de niñez extraviada y de ancianidad rotunda”. Esa nación que aparece y desaparece en medio del tumulto y los estallidos, de la mansalva y de la ignorancia. 

En los párrafos finales de Los derrotados se fundan los sentidos y las cifras que dan origen a esta novela. A la lucidez y a los reclamos que involucra. Es Ramírez con su mano intentando alcanzar a Francisco José de Caldas, a cuantos han caído en la estampida de las pesadillas sobre sus sueños, a cuantos son allanados por lo abrupto de las realidades impuestas en nombre de un destino aciago. 

En Los derrotados nos encontramos con una novela que, en su estructura y en su narración, nos ofrece renovadas formas para la narrativa que se escribe en Colombia. Es una novela que asume el reto de zafarse de los embelesos y las paternidades lugareñas y cuanto estos obligan en una tradición apegada a sus lugares comunes y a la idealización de los mismos.


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