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Una felicidad repulsiva

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Por Juliana Muñoz Toro

Relatos. La felicidad total, perfecta, no existe, pero si lo hiciera sería repulsiva. Tal vez haya una clave: “Si quieres ser feliz, como me dices, no analices, muchacho, no analices”, escribe el argentino Guillermo Martínez en su libro Una felicidad repulsiva, con el que obtuvo el Premio Hispanoamericano de Cuento Gabriel García Márquez en su primera edición.

Y sí, logra repudiarnos, y a la vez fascinarnos. La felicidad puede ser despreciable cuando en la armonía de lo cotidiano algo macabro irrumpe, cuando lo familiar se vuelve ajeno, cuando la normalidad no deja ver sus hendiduras y se nos hace hipócrita. Así sucede en cada relato de este libro, que además se mueve entre el terror, el suspenso y la fantasía.

Por ejemplo, en el cuento Una felicidad repulsiva, la familia M es tan extrañamente perfecta que el protagonista se obsesiona con encontrar algún gesto de hastío, de desgracia. Le dirán entonces que “la felicidad es como el arco iris, no se ve nunca sobre la casa propia, sino sólo sobre la ajena”.

Los escenarios que se nos hacen familiares –un nuevo vecindario, una reunión entre colegas, el pasillo de un hospital- nos llevan a identificarnos con sus protagonistas, y en especial con su lado oscuro. Tal vez, pensarán algunos, seamos así; tan sucios, tan vanos, tan melancólicos, incluso si hay personajes que no son de este mundo y que viven entre los humanos.

Hay pasajes que nos delatan, como este sobre la cercanía de la distancia: “Si antes –por la cercanía, por la intimidad, por la sobreexposición- yo había dejado casi de verla, como se deja de ver lo que es demasiado próximo, ahora el tiempo, ese gran separador, la había puesto de nuevo a distancia, la había reunido, para que pudiera contemplarla entera, en la nitidez dolorosa de lo que ya está fuera del alcance”.

También nos encontramos con una interpretación sobre la muerte del revolucionario ruso León Trotski en El peluquero vendrá, divagaciones físicas y esotéricas como El sumidero de Dios y El I Chingy el hombre de los papeles, y descripciones como esta: “Tiene unos ojos fatigados, con esa fragilidad acuosa de la edad, pero la mirada es lúcida, casi hiriente, y sus maneras son dignas y calmas”.

Algunas son historias en la que pueden pasar años -como Una felicidad repulsiva, Un gato muerto y Una madre protectora- y se mantiene el ritmo ágil del cuento. Si la novela fuera un universo, estos relatos son el universo contenido dentro de la vida de sus personajes. Son también la muestra de que el terror no es el que sucede por sorpresa, en unos segundos, sino el que sabe esperar, el que acompaña silenciosamente a sus víctimas para perturbarlas con tan solo una mirada.

Guillermo Martínez (Bahía Blanca, 1962) / Editorial Planeta (2015) / 213 páginas

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