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Yo soy el hombre

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No. 7253 Bogotá, Sábado 21 de Noviembre del 2015



Yo soy el hombre


Por: Eugenia Castaño Bohórquez

Poeta y escritora colombiana afincada en Sagunto Valencia.

Yo soy el hombre, quien escoge la tierra prometida, la ilusión de una mujer, de un pueblo, de un continente, dirige el destino del planeta. Yo ofrezco una casa o una patria, conquisto con serenatas o con discursos en las tribunas, prometo la ternura o la paz eterna. ¿Quiénes son mis adeptos? una mujer, un hombre, un grupo, un país o una empresa. Yo organizo una red para que caigan todos y todas, aquellos que quiero; ¿para qué?, muchos pueden ser mis propósitos que se resumen en ganar la contienda, ¿cuál? La que tengo conmigo mismo, la primera, demostrar supremacía, dominio y control.

La tierra prometida puede ser mi cueva, mi palacio o alguna patria, la gané haciendo que otros cayeran para obtenerlos, en otros casos será un reino heredado y entonces es más fuerte aún mi soberbia porque ni siquiera me ha costado. Para mí todo es válido, mentir, difamar, sonreír o aliarme con el enemigo, traicionar a quien me ha amado, ¿porque acaso yo conozco el amor? Claro que sí, mi amor más sublime es mi avaricia y todo aquello que complazca mi placer, sin preguntarme si a mis seres amados o mis subalternos se encuentran plenos en el hambre del cuerpo o del afecto.

Yo soy el hombre, la tierra prometida, entonces todos los otros hombres apoyan mis hazañas, me veneran y me siguen, no importa si maltrato, engaño o mato, porque si yo soy el dueño de un todo, es suficiente para justificar mis actos si eso conviene a los intereses de otros hombres y mujeres. Lo peor es que también hay mujeres y hombres que nos educan así, o nos aplauden nuestras conductas porque ellas y ellos aprendieron a vivir en esa tierra prometida y para sobrevivir o estar cómodas y cómodos deben ser iguales o peores.

Y cuando aparecen los hombres y mujeres buenos, nobles, llenos de afecto, inteligencia y solidaridad son menospreciados porque la historia desde que comenzó, yo el hombre fuerte dirigí, yo fui quien en las cavernas arrastraba de los cabellos.

Kafka es ese hombre que dejó la huella más clara y concisa de la impotencia que siente otro hombre, una mujer o un ser vivo cuando está subyugado por la fiera sin alma, por el tirano o la tirana, por el que posee el poder cualquiera que sea y convierte en insecto a su víctima. Dicen que la culpa también es de quien se deja doblegar, pero revisadas las circunstancias algunas veces no hay escapatoria, puede ser el yugo una dependencia emocional, económica, política, o de supervivencia.

A lo mejor tantos buenos hombres y mujeres en la historia toman otros caminos como el arte, la ciencia, la moda, la cocina, el campo y más etcéteras; se visten de Mujer o de Hombre, diciéndole al mundo como el escritor Luis Carlos Restrepo, que ellos, los hombres, también tienen derecho a la ternura, a la tolerancia, a las lágrimas, a la bondad y no por eso dejan de ser hombres. Pero cuidado porque no solo los hombres, los que siguen una cadena de otros hombres insensibles aumentan el problema, también son educados por madres tiranas que les impiden ser.

El es el hombre cuando tiene el poder económico, político, social o emocional, “su señora o su mujer” es respetada y exhibida en las portadas, en el vecindario, en los núcleos sociales cualesquiera que sean, porque está respaldada por él. Si ella osa dejarlo, traicionarlo o burlarlo, ella será desterrada, despreciada, anulada, si ocurre el caso contrario y es él quien lo hace siempre se le justificará su actitud.

El es el hombre, la tierra prometida que cuando quiere a su hembra la toma para sí, nadie puede pretenderla porque es su propiedad, no es cuestión de amor, es un tema de competencia, de posesión y quizá no es tener el objeto poseído, es que cualquier recurso o hecho valen para lograr el objetivo. La hembra pueden ser unas curvas de unas caderas anchas o las curvas de una Vorágine con una mancha del preciado recurso, como lo narraba José Eustasio Rivera, en el caso de su obra sobre el caucho, ya en otros lugares será el petróleo, los diamantes, los alimentos, quizá sea la que tiene unas largas melenas en las llanuras, o unas cuevas insondables con tesoros preciosos escondidos, acaso un trozo de tierra por colonizar o un nuevo planeta por descubrir, siempre será un objetivo claro la posesión.

Hay algunas mujeres, hombres, niños, seres vivos que se levantan en contra de su poder, depende de la fuerza de su tiranía, puede acallar esas voces porque resulta ser que otras mujeres, hombres y niños son tan culpables y tan cómplices del maltrato a los débiles, a los desposeídos, a los prisioneros de estos reyezuelos, porque ellos aprendieron a ser tan tiranos o a vivir en silencio para estar cómodos, olvidaron lo que significa la libertad y la dignidad, para qué si a cambio de entregarlas tienen una vida “tranquila”.

El es el hombre, el que no se queda quieto, indaga, descubre, coloniza, esclaviza o mata. Antes, ahora y después. Llama justicia brindar una casa, una deuda, una explotación de recursos de otras tierras, tener a su servicio y trabajo a un país, un pueblo o a una persona. Llama libertad su derecho a poseer lo que él quiera sin importar si esclaviza, priva de la libertad y la dignidad a otro ser o seres, llama libertad que el fuerte pueda ser más fuerte y el débil más débil. Un tuerto, un manco y un cojo no están en las mismas condiciones que un deportista de élite completo, alimentado y bien pago.

De qué paz habla el hombre, él, la tierra prometida, de qué justicia, en una casa, un país o el planeta, si priva al otro o a los otros de su ser, sus afectos, o sus posibilidades de crecimiento.

Su respuesta obvia, es inteligente que “la libertad es para todos igual”, claro es fácil sostener dicho argumento desde el sofá con un control remoto en la mano y con el producto del esfuerzo de su prole, quizá con el fruto del propio esfuerzo cuando se tienen las condiciones para la contienda y la lucha, los que no han comido alimento, educación o están sujetos a alguien lo tienen menos fácil desde luego.

No es envidia ni resentimiento como llaman los “nuevos liberales”, es reclamo, es impotencia, mientras unos intentan conseguir el pan del día, un trozo para vivir sin guerras y deben desplazarse de el sol que los vio nacer y buscar en otros lugares esa tierra prometida. Mientras otros fabrican artefactos para mutilar a las víctimas de las guerras y tienen un techo cómodo y al otro día besan a su mujer y a sus hijos, tan bien expresado en la maravillosa obra La Agonía de una flor, del escritor colombiano Fernando Soto Aparicio. Esos que crecen a pasos de gigante, cenan, viajan, pregonan falacias de mundos mágicos mientras para los otros, sus víctimas, sus esclavos, o seres que les son indiferentes, que no hacen parte de su cómoda vida, deben día a día jugarle al destino alguna trampa o golpe de suerte, trabajo precario para poder tener algo, nunca jamás lo que merecen, su alternativa una obligada y eterna resistencia.

El tema no es tan sencillo, mientras occidente educa y justifica pelear para no ser un abandonado o para poseer y hay crisis familiares y sociales por vacíos en la vida emocional, van creciendo por otros lugares del mundo el fanatismo y el control, pero quienes solo tienen en su cabeza el comercio no se dan cuenta que están vendiendo la estabilidad del planeta por unos cuantos duros. Más allá de la política, la ciencia y la economía hay una fuerza poderosa que ha movido a la humanidad, unos la llaman religión, en otros son creencias, porque el ser humano tiene dentro de sí algo muy profundo que necesita llenarse y ese algo es lo que influye en sus conductas, si se revisan culturas y generaciones pasadas en las sociedades que se estimulan los valores humanos son más fuertes, sólidas y proactivas. Aunque esa religión llevada al fanatismo es la que ha ocasionado tantas masacres. Quizá cabe aclarar que sea cual sea la orientación o creencia lo que salva al hombre son los valores éticos que lo impulsan al bien individual y colectivo.

Creo que hay un concepto erróneo de la libertad hoy, de la tierra prometida, si ésta significa vivir del trabajo de otros, crecer, reproducirse y a costa de ellos ejercer la libertad personal esclavizando o anulando la libertad ajena. Aclárese bien ni comunistas ni capitalistas aún tienen la solución en este lapso de la historia de una necesaria evolución humana de justicia. Un mundo que se desarrolla y ya llega a Marte pero aún ejerce la esclavitud de tantas maneras que si los extraterrestres vinieran y tuvieran un ápice de bondad sentirían vergüenza ajena. Quizá esa tierra prometida esté fuera de este planeta, en qué tiempo incierto para el mayor porcentaje de seres humanos que están en las manos de uno o varios tiranos y tiranas generación tras generación. El estado de confort anula, hace olvidar al yo y el yo del otro. ¿Acaso cabe una esperanza o es connatural a nuestra especie?

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