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Un café en Buenos Aires con Solange Camauër

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No. 720 Bogotá, Sábado 17 de Octubre del 2015


Un café en Buenos Aires con Solange Camauër


Por: Pablo Di Maco

Sobran las razones para entrevistar a Solange Camauër. Y tal vez ninguna razón sea más urgente que el haber sido recientemente galardonada con el XVIII Premio de Novela Negra “Ciudad de Getafe”. Pero preferí escaparle a la coyuntura para conversar sobre autores, novelas, obsesiones y amores literarios. En fin, esa rara alquimia de imaginación, papel y tinta que de seguro llevó a Solange a este presente luminoso.

—Casi todos los escritores tienen una obsesión, un tema fetiche del que no pueden escapar y se repite novela tras novela. ¿Cuál es el tuyo? 

S: La obsesión, en mi caso, no es por un tema, es una actitud. Escribo novelas porque algunas preguntas me desvelan y necesito responderlas, aunque sea parcialmente. Una novela es, entre otras cosas, una larga respuesta a una pregunta. ¿Por qué un hombre al que parece irle bien en la vida, entra en crisis y enferma? ¿Por qué una mujer debe elegir entre un amor convencional y la soledad? ¿Cómo hace un hijo para superar el suicidio de su madre? Me gustan, eso sí, las historias de sobrevivientes. 

—A la hora de escribir, ¿qué ganaste y qué perdiste de tu primera novela a hoy?

S: Las primeras novelas se escriben casi a ciegas, con mucha pasión y pocos recursos literarios conscientes. A mi primera novela la tiré a la basura, era mala, demasiado autobiográfica; conservo la segunda pero fue solo un largo ejercicio. Con las otras novelas, las publicadas, fui ganando confianza y fluidez (¿eso será el estilo, eso que se llama ‘voz propia’?). En fin, es paradójico, cuando ganamos, después de largas ejercitaciones, un estilo propio, corremos el riesgo de quedarnos atrapados en él, como presos de los propios logros y condenados a la repetición. 

—Nombrame un libro que te haya hecho llorar.

S: Mi planta de naranja-lima, de José Mauro de Vasconcelos. La leí a los doce años encerrada en el baño para que nadie me viera llorar desconsoladamente.

—Un clásico que te haya decepcionado. 

S: No sé si es decepción, quizás es incapacidad de mi parte: nunca pude terminar Ulises, de Joyce.

—Un personaje literario al que hubieses querido besar con pasión. 

S: Camus dejó inconclusa una autoficción, El primer hombre. Quizás hago trampa con la pregunta porque si digo que besaría al personaje de El primer hombre -Jacques Cormery- confieso que me hubiera gustado besar a Camus.

—¿Cuál es tu librería preferida, Solange?

S: Hay varias, por suerte. Puedo disfrutar del vértigo de las librerías enormes, algo inhibitorias y que causan mareos y de las otras las más pequeñas y de escala humana con el librero cerca.

—Un escritor suele dar lo mejor de sí mismo escribiendo en soledad. Pero esa es solo una cara de su trabajo. Hay una contracara que lo obliga a lidiar con editores, editoriales, periodistas, promociones, etc. ¿Cómo manejás ese lado de tu profesión?

S: Con cierta angustia, la verdad. Se entra en una máquina de promoción y marketing que es indispensable pero puede deparar frustración, enojo y, por supuesto, felicidad (¡van a publicar mi novela!). Creo que los libros –los buenos- todavía conservan, por un lado, cierta aura de verdad y misterio pero por otro lado son mercancías que se intercambian en el mercado. Si hacemos depender nuestra escritura exclusivamente del mercado, es posible que escribamos basura o dejemos de escribir. Por otro lado, subidos al ‘ring’ encontramos gente interesantísima y generosa que ofrece oportunidades y apoyo. Estoy agradecida a mis editores aunque también hubo tensiones y ¡llanto! 

—Vamos con las dos últimas, Solange: alguna vez Vargas Llosa dijo que el día más triste de su vida fue cuando Jean Valjean murió en Los miserables. ¿Cuál fue el día más feliz de tu vida?

S: Uy, qué pregunta, me obliga a hacer un catálogo y jerarquizar, volver al pasado, recordar a los muertos, recordar viajes, comidas, conversaciones… Me limito a la lectura: leer sin poder parar, completamente atrapada y como en estado de delirio, como si la verdad estuviera a punto de revelarse, es una gran felicidad: Saer, Dostoievsky, Faulkner, Borges, algunos policiales, Yourcenar, muchos otros. También fui muy feliz cuando logré entender ciertos argumentos filosóficos muy arduos, la triple síntesis kantiana, por ejemplo. Después de estudiar mucho, comprendí, algo encajó y sentí el efecto de esa comprensión en la mente y el cuerpo. Ay, qué alegría y qué bueno recordar ese momento.

—Te regalo la posibilidad de invitar a tomar un café a cualquier artista de la época que vos prefieras. Contame quién sería, a qué bar lo llevarías, y qué pregunta le harías.

S: No estoy muy segura de querer conocer a los escritores que me gusta leer. Los escritores pueden ser mucho más o muchos menos que sus obras y pueden contaminar con sus vidas, con su forma de ser o sus opiniones, los libros que escriben. J.M. Coetzee es un escritor que admiro mucho, podría tomar un café con él y no habría el problema de que él contamine sus obras con su persona porque parece que Coetzee es muy reservado y austero. Nos quedaríamos mudos.

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