De un Sísifo cotidiano
Julio Alberto Balcázar
No hacemos otra cosa que cargar nuestra piedra.
Día a día desde la cuna, y cada domingo en el estadio.
La llevamos con nosotros al cine.
Incluso a la cita con el oncólogo.
Estuvo en el bautizo del primer hijo de nuestra hermana.
Malamente la metemos en el auto.
La arrastramos al trabajo. Nos acompaña a comprar el periódico.
Está en la ducha. Duerme en la misma cama.
Nuestra vida transcurre en cargarla, llueva o haga sol.
Nos asuste la oscuridad, o nos vayamos un mes de crucero por las Bahamas.
Si estamos con una mujer, ahí está ella.
Algunas preguntan asustadas: "¿qué rayos es eso?"
"No te preocupes", digo yo, "es sólo mi piedra, pero no tiene ojos, la pobre".
Realmente nadie sabe a dónde hay que llevarla,
Qué función cumple sobre nuestras espaldas (los quiroprácticos se han hecho
Millonarios con este fenómeno),
O porque se nos resbala constantemente (esto es un tema
Que deberá preocupar a los físicos, más que el asunto de los agujeros negros).
Lo que sí sabemos es que no podemos descuidarla.
Que llora por las noches.
Que ama la sombra. Y que tiene muy buenas referencias.
