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El ejercicio de la poesía

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No. 7204 Bogotá, Jueves 1 de Octubre del 2015


El ejercicio de la poesía


Por: Lilia Gutiérrez R. 

Al culminar el siglo XX se sentía el gran temor por la Internet. Se advertía como la gran tormenta que parecía devorarlo todo. Yo, acostumbrada al sonido del lápiz que va tanteando la textura del papel, al hecho de tocar los espacios, que los dedos resbalaran por la piel de la palabra, esa misma palabra, que va creciendo hasta alcanzar cualquier altura. Yo, en ese ritual de convertir el escritorio y el café en el espacio confidente de las horas, acostumbrada a jugarme la vida frente a una página, en ocasiones, pegada a un verso o a un silencio, creía impensable disfrutar y compartir poesía en Internet. 

Dos aspectos me preocupaban: el primero, el de la creación, por cuanto ese nuevo espacio invitaba e invita y seduce y atrapa y contagia hasta hacerse indispensable. ¿Qué tiempo le robaría a la creación? Y, el segundo, la lectura. No me imaginaba permanecer mucho tiempo frente a una pantalla sin poder tocar el libro, disfrutar, repasar una imagen una y otra vez y caminar y preguntarle en voz alta a ese autor que jamás me escucharía ¿Cómo lograste esta expresión cristalina que se instala en mitad del corazón? Y, luego, poner a mi antojo dos o tres separadores antes de ubicar de nuevo el libro en su pedestal.

Apenas llevamos unos pocos años de este siglo cibernauta y, sin embargo, Internet ha llegado también con gomosos, gocetas, creativos, críticos, escépticos, lectores asiduos, escuchas, contempladores, poetas de todos los ámbitos, de todas las latitudes, de los más disímiles idiomas y expresiones para abrir el inmenso abanico del gran arco iris que brinda cada día, cada instante nuevas emociones. Páginas repletas de poesía, crítica y comentarios que propician la lectura. Algunos protagonistas con quienes se puede disfrutar una conversación anulando kilómetros y millas y millas de distancia. Esa magia se logra con sólo un abrir una ventana a la expresión.

La poesía ya no es el pacto entre dos personas, es el pacto múltiple, un disfrute individual y colectivo. Cada quien sigue haciendo su lectura propia, sólo que ahora, la poesía llega a muchos más ámbitos, a muchos más lectores, a más gocetas y gomosos del lenguaje metafórico. Como lectores tenemos la libertad de elegir las páginas que seducen, no aquellas que los periódicos nos imponían con sus oleajes sólo del dolor y de la guerra. No los ignoramos, pero ahora podemos elegir, podemos entrar, como se llega a ese recinto sagrado donde la diosa Lectura nos espera.

El computador es el nuevo aliado. Sin embargo, para mí, la poesía como creación, continúa siendo el regocijo después de la batalla entre el papel y el lápiz, la conjugación entre la intuición propia y las otras que nos circundan, con las que tropezamos o somos acariciados.

La letra sigue volando desde la página, el verso adquiere voz, emerge de manera individual y fuerte. La poesía nos sigue desnudando en el borde del abismo. Nos hunde en profundidades de fango, para luego lanzarnos como volcanes con su fuego y brillo hacia la cima. La poesía sigue siendo el riesgo, el trance de asumirnos y, ante todo, el peligro de encontrarnos. 

Aunque el computador se convirtió en la otra mano indispensable, no he logrado remplazar la pantalla por el papel. Se han vuelto complementarios. El tacto se agudiza. Requiero sentir ese deslizarse del lápiz con su leve sonido sobre el papel. Incluso, ahora llevo conmigo una libreta de diversas texturas. Sus páginas se encargan de atrapar relámpagos y estrellas fugaces. Al llegar al escritorio me sorprenden con su memoria. Una vez logrado el temple, cuando el poema es libre y escapa de las manos, puede llegar al espacio cibernauta, allí compartirá con otras miradas, emprenderá su vuelo.

La pantalla es la otra lectura, la nueva oportunidad, la nueva y múltiple ventana, a donde se llega con la emoción del encuentro.

Ese otro Yo, que es el libro, no ha cambiado, por el contrario, se ha vuelto más confidente, se acerca, se convierte en la otra forma, en el afecto, reposa en la almohada, acompaña hasta el oficio cotidiano, regresa, acoge, compone, descompone, disipa y vuela.

La expresión asume el riego, suelta a diestra y siniestra su veredicto, atrapa al sediento, invade todos los rincones y pellizca las ilusiones del que sueña. 

El verso despierta al leerlo, se pone sus mejores galas, adquiere tono, intensidad y voz y nos vuelca sobre los hombros el universo entero. Saltan las palabras enlazadas de amor. Como torrentes de agua se precipitan sobre el rostro para encontrar la verdadera esencia, para tocarnos e invadirnos. En realidad, el poema es el sonido tuyo y mío, el corazón que enamora y atrapa.

El poema vibra desde el libro. Ahora también desde la pantalla. Es de carne y hueso; en tu voz y en la mía gana sonido, adquiere impulso y desde tus pupilas y las mías, vuela.

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