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La virtud de una cicatriz de Mónica González

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Klepsidra Editores, 2015.

Por: Elbert Coes

El lector admite que entre muchas cosas la medida de la lectura es la menos subjetiva. A éste se le reconoce por sus números.

Así que a la medida de mis números me tomo las atribuciones literarias para hablar de la fascinante y conmovedora obra de Mónica González, La Cicatriz de un milagro, publicada por Klepsidra Editores en 2015, que por este libro y otros motivos literarios estará presente en la Novena Fiesta del Libro y la Cultura de Medellín este 20 de septiembre.

La Cicatriz de un milagro, una historia hermosísima, atrapante y vertiginosa, no es ajena a los silencios obligados del alma ni a los conflictos internos e interpersonales. Se desarrolla entre ciudades y pueblos imaginarios, entre la vida y la muerte, entre el llanto a flor de piel y el anhelo desesperado de un hombre por olvidar su tragedia.

La Cicatriz de un milagro es un relato testimonial que se deja leer como una novela, con una estructura narrativa que da cuenta de estrategias literarias aunadas a acontecimientos reales, y con un ritmo pulsante que aflora la sensibilidad y mantiene atrapado al lector. Cada párrafo contiene el milagro de hacer reír, conmover y entristecer a tal punto que el llanto se halle pulsando a toda hora bajo los párpados. En sus más de doscientas páginas opta por mantenerse exenta de recorrer lugares comunes de la literatura. En cambio, da un salto de fe y muestra la verdad de la cultura cristianizada, del optimismo característico de la gente de estas regiones frente a las inevitables desventuras inherentes a la vida.

Es una novela escrita con sangre y narrada con honda honestidad. La manera simple en que se cuentan los acontecimientos la hace creíble y facilita la empatía entre el narrador y el lector. Cuando recurre a momentos de pausa para definir conceptos médicos —los distintos grados de quemaduras, por ejemplo, o la debridación—, que en primera instancia resultan necesarios al relato, permite que el lector descanse. Pero esto no es más que una trampa. Cuando previamente se conceptúan ciertas condiciones clínicas, el lector acaba sintiendo el mismo dolor de Martín Posada al momento en que éste debe ser sometido a tal o cual procedimiento.

A lo largo del relato se perciben diversas atmósferas. Entre ellas, la pobreza y la miseria. En La Cicatriz de un milagro las palabras revelan las familias, las calles y las casas, envueltas en un clima de soledad y marginación. Lo que enfrentan muchas de nuestras familias en la actualidad. Pero también se distinguen grandes virtudes de los hombres: la lealtad, la fraternidad, el profesionalismo, la compasión, la fe, la esperanza. Si bien este maravilloso relato esta colmado de imágenes alusivas al cielo judeocristiano, en gran parte por la caracterización de sus personajes, únicamente afecta el curso de su desarrollo cuando Martín, en ese intento angustioso por aliviar su dolor, se desdobla en espíritu y tiene una serie de encuentros de otra dimensión, para, a partir de entonces, recuperar el valor de vivir y reafirmar el amor por su familia.

La palabra cicatriz que se refiere a la “impresión que queda en el ánimo por algún sentimiento pasado”, además de aducir a la tragedia y las secuelas física que ésta deja en el personaje principal, también representa a una familia separada en la distancia y el tiempo, herida por orgullos, críticas y resentimientos. Pero la palabra cicatriz es también sanación y unión. Y es éste el primer aprendizaje que obtiene Martín tras el accidente y esa experiencia mística que lo acerca al cielo y lo mantiene vivo; su familia, antes separada por odios, comienza a unirse en torno a una tragedia.

Al respecto, tuve la posibilidad de entablar una deliciosa conversación mística y literaria con Mónica González poco después de que se presentara su libro en Pereira; es una mujer inteligente y sensible, de cuyos labios brotan continuamente palabras de amor y esperanza. Y que posee un sentido de devoción en total afinidad con la naturaleza; ese sentido que le permitió no sólo llevar a cabo la ardua investigación para el proceso de escribir La Cicatriz de un milagro sino también para hilvanar y estructurar un relato que debió costarle muchísimas lágrimas. Pues, aunque la obra es ficción, está inspirada en el trágico accidente aéreo que sufrió su hermano hace algunos años durante un viaje por los rincones olvidados del país. Este viaje de construcción literaria sin duda la llevó a revivir pasajes dolorosos, pero que a la vez le sirvieron de catarsis para la comprensión de la frágil condición humana; para mostrarnos esa capacidad interna, divina o no, que tiene todo individuo de elevarse ante la contingencia. En el caso de Martín Posada, fue su relación con Dios, mediada especialmente por un ángel, Samuel el Ignífugo, lo que facilitó su recuperación. Gracias a dicha epifanía se convirtió en un ejemplo a seguir para su mejor amigo, quien volaba junto a él al momento del trágico y que también sufrió graves heridas con consecuencias nefastas.

Este libro constituye una revelación espiritual. Trata un tema quizá abandonado por la literatura actual, por temor o por escepticismo. Pero Mónica González logra ser tan convincente que es imposible leerle sin pensar en la posibilidad de otros mundos interviniendo en pro de los seres humanos.

Entonces me uno a la voz de Hoyos, J. en su artículo La Cicatriz de un milagro: Solidez de lo sobrenatural (2015) de El Diario del Otún cuando escribe: “Es una novela testimonial que apenas deja espacio para el asombro. Una historia que a menudo se presenta pero es poco percibida, tal vez por su carácter sobrenatural. Ahí está precisamente su elemento potenciador: en el valor de la vida que emerge pleno cuando interviene un orden superior ante la amenaza de la realidad inmediata”.

Esas palabras expresan la cúspide del libro que sin duda hará que todo aquel que pasee por sus páginas, salga con la sensación de haber experimentado un encuentro de tipo sublime. Éste es un canal literario de conexión con esa forma de vida de la que muchos permanecemos distantes, pero que a través de La Cicatriz de un milagro podemos descubrir; abrirnos a la posibilidad de acudir a lo divino y lo celestial cuando, como simples mortales, nos resulte menester.

Ojalá no se necesitaran tragedias para creer, para orar, para tener fe, ni la muerte alrededor para acercarnos un poco más al cielo. Sólo un poco más sería suficiente. No se nos olvide lo mortal que somos. Ni que todos tenemos cicatrices; muchas de ellas tal vez marcadas con sellos angelicales. Cicatrices tan sutiles como el número 7 en la mano de Martín Posada.

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