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Ensueño de una noche bogotana

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Por: Angélica Hoyos Guzmán */ Tomado de Literariedad

Tengo a veces un sueño 
extraño y penetrante
de una mujer desconocida
a la que amo y que me ama 
y que no es, cada vez, 
en absoluto la misma

Paul Verlaine.

La historia de ese libro hablaba sobre el dolor de una mujer. Una madre cuya pequeña hija de siete años murió en la explosión de una bomba en Paloquemao. La tristeza de Adelaida era la mía mientras pasaba cada página, por fuera de mi mente se oía la gente pasar el torniquete y un dejo de avenidas y luces de las siete treinta me dejaba ver claramente cada letra, abrazar esa melancolía, oler los paisajes y ver los delirios de ella. Había leído ya, casi en las mismas condiciones, los otros dos libros de la historia. Conocía a los padres, a los bisabuelos de aquella mujer triste y enojada. Ser testigo de sus quimeras y pensar que ella se soñaba a sí misma como una niña que soñaba viendo el pesar de esa mujer dormida me hacía fantasear con ella. Una mujer a mi lado hablaba con la otra sobre comprarse un carro, sobre la familia, los hijos, los trabajos, y las voces me despertaron.

Cerré el libro y me asomé por la ventana, la basura se mezclaba en los potreros, era la misma ciudad del relato pero en otra época, la mía. Ya había pasado por ese lugar en tres tiempos diferentes, mientras Raquel, mientras Alicia y Noemí, mientras Adelaida y ahora era la mía, mientras yo habitando esas calles que se pintaban como cuadros impresionistas de la noche. Sonaba la carretera y el bus perseverante hacia mi casa ya estaba cerca. Sentí toda esa angustia, pensé en que alguien estaba leyendo la página de este libro, otra mujer. Una sentada sobre un risco verde, con el cabello gris y rizado cayendo sobre sus hombros, con la mirada interrogativa, como quien aún no ha descubierto el misterio de las cosas. Ella con sus hombros aún fuertes y sus brazos escurriendo frente al libro está repasando cada letra, cada palabra que digo mientras el autobús se va llenando y vaciando de gentes a mi alrededor.

Intenta comprender, como yo, esa tierra quemada con la que uno sale al mundo, con la que uno ausente llena la presencia de una silla, con la que una mujer, también derrotada, como los personajes de los libros, ha librado una batalla que pierde como aquella del pasado. Y lee a continuación lo que yo digo en mi cabeza: “mientras no haya futuro, la esperanza se mantiene”. Con esa sentencia a ella le da dolor de mi estómago, se le derrite poco a poco el paisaje en la montaña y piensa en que es la misma Bogotá, pero diferente. Y me ve imaginando que Adelaida me sueña, yo la veo durmiendo con pesar por su nostalgia, le doy un beso porque no quiero que esté triste. Ella me ve especulando que esas mujeres a mi lado, son otros libros con relatos de los que alguien pasa las páginas con delicada atención.

La mujer de la montaña es la primera mujer sobre la tierra, es Raquel, es Noemí, Alicia, Adelaida, la niña, soy yo y las mujeres que hablan. La historia de estos lugares nunca acabará porque los escribieron iguales y los leímos en cada una de nosotras. A menos que esa anciana sea la última en el mundo, la que tiene que cerrar el libro que la otra de ella está leyendo.

*Evocaciones a partir de la lectura de la trilogía de la ciudad de Bogotá escrita por Gonzálo Mallarino Flórez, novelas: Según la costumbre (2003), Delante de ellas (2005), Los otros y Adelaida (2006), publicadas por el sello editorial Alfaguara.

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