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Un café en Buenos Aires con Daniel Ferreira

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No. 7197 Bogotá, Jueves 24 de Septiembre del 2015

Un café en Buenos Aires con Daniel Ferreira



Por: Pablo Di Marco / Especial para Libros & Letras.

Había en Daniel Ferreira un dejo de escritor extranjero en su propia tierra. Es una figura triste pero no infrecuente. Como si el camino a recorrer por el escritor no fuese de por sí tortuoso, muchos de ellos deben cumplir una prueba extra: alcanzar el éxito en el exterior para poder ser reconocidos en su patria. 

Colombia —siempre tan generosa a la hora de acoger y reconocer artistas extranjeros— supo reparar su olvido, y el pasado 17 de septiembre Ferreira presentó su novela Rebelión de los oficios inútiles en el Centro de Memoria, Paz y Reconciliación de Bogotá. Para celebrarlo, le pedí a algunos queridos amigos que me ayuden a ahondar en el pensamiento de un muchacho al que los años de seguro convertirán en un clásico de nuestro rincón del mundo. 

—¿Qué haría Daniel sin Ferreira? (Isaías Peña, maestro de escritores colombiano)

D: Escarbaría en mi pasado, seguramente para defraudarme y morir rodeado de fantasmas como Juan Preciado Tocarruncho.

—Su novela tiene un aire épico, que recuerda a la lucha de clases, evidente y patente, en regiones olvidadas de toda Hispanoamérica, ¿considera que sigue siendo un tema narrativo de interés? (Pedro Martínez Domene, periodista español)

D: A la literatura le sirve cualquier tema. Los abismos de clase, en efecto, siguen presentes en Latinoamérica y la fisura, la brecha entre clases privilegiadas y gente que vive en la precariedad, entre explotados por el sistema voraz de la economía (que ahora es global) y opresores, no ha caducado. No será raro que sigan apareciendo relatos sobre confrontaciones sociales. El hambre de Caparrós, un libro inmenso construido desde el ensayo y el periodismo, es para mí el gran libro de lo que va de la década y nace de esta paradoja: ¿por qué hay hambre en el mundo si hay comida suficiente para todos? Toda la historia de nuestro continente es un enfrentamiento constante entre clases. La literatura es un sismógrafo que ha ido registrando los diferentes grados de estas fuerzas telúricas. Ojalá estén en el porvenir grandes libros que ayuden a comprender la vida en este lugar del mundo, en esta época, la nuestra.

—Indudablemente, uno de los pasajes más tristes de la novela es la muerte de Luisa, que se anuncia desde las primeras páginas. ¿Tuviste alguna experiencia personal cercana a un acontecimiento tan triste? Decís que tenés el plan de continuar esta historia en otras novelas. ¿Pensás trabajar desde el mismo narrador? ¿No te resulta doloroso crear una primera persona que es testigo de hechos tan crueles? (Laura Massolo, escritora argentina)

D: Hace poco circuló por internet un cartel en el que se buscaba a una muchacha desaparecida en Antioquia. Multipliqué el cartel de búsqueda en las redes sociales como otras personas. Pocos días después, la muchacha apareció muerta en Envigado. Esa tragedia me abrumó el día. Creo que es lo que pasa con la muerte de Luisa. La empatía por el destino del personaje involucra dos aspectos que hacen dramática su historia: es la muerte de un ser humano en el esplendor de su juventud y una muerte violenta a causa de una represalia en contra de su hermano. Eso la hace doblemente trágica, porque nuestras aceptaciones de la muerte son la muerte natural en la vejez, y lo que esté fuera de ese límite, sobre todo la muerte violenta, nos conmociona porque involucra una vida truncada y a alguien que se aboga el derecho de matar. La experiencia de esa tragedia proviene de la tragedia de los demás, pero pasada por la imaginación. No sé nada de la muerte de un hermano o ser querido, pero puedo imaginarlo. En el libro, todo lo que sabemos de la muerte de Luisa está enfocado en el pensamiento del sobreviviente, que es el hermano de la muchacha, asesinada en un atentado, pero es un dolor que se matiza porque queda interrumpido por las decisiones que toma el hermano tras el atentado. 

Creo que la violencia se puede narrar desde muchos sitios, desde los orígenes, desde las consecuencias, desde el efecto en la vida de los sobrevivientes, pero no desde el dolor, porque el dolor paraliza. El dolor solo puede encontrar un lugar: el duelo. Por eso el relato finaliza cuando el protagonista se enfrenta a ese doble dolor: el de la pérdida del ser querido y el de la una muerte brutal. 

Por lo demás, esta novela está terminada. No habrá segundas entregas. Lo que pretendo concluir es un proyecto literario de cinco novelas sobre el siglo XX que he titulado Pentalogía de Colombia. Pero cada pieza es independiente una de otra, con técnicas y puntos de vistas múltiples, múltiples lugares del sujeto, y los personajes, y las época, y las historias, todas están desconectadas al menos de uno a otro libro. 



—¿Qué contacto tuviste con Ana Larrota?, ¿fue un personaje real?, ¿la conociste de alguna manera? (Juan Pablo Fiorenza, escritor argentino)

D: Hubo una líder cívica llamada Ana Larrota en este mundo, pero su destino no fue trágico como el del personaje del libro, aunque lleven el mismo nombre. Dejé su nombre por hacer homenaje a la mujer que construyó un barrio para la gente más pobre en el pueblo donde nací. De la real, solo me fueron contadas anécdotas pintorescas que por sí mismas no habrían permitido elaborar un personaje sólido. Sin embargo, el arquetipo sí ha estado presente la historia de Colombia, aunque no en la literatura colombiana. Manuela Beltrán, Antonia Santos, Policarpa Salavarrieta, Felicidad Campos: el arquetipo de la mujer que se rebela contra la opresión. No es raro. En una sociedad como la nuestra en las mujeres ha descansado gran parte de la explotación y de la opresión. A mí me conmueven sus historias, porque el coraje inspira coraje.

—Teniendo en cuenta que la violencia es un tema recurrente en la literatura colombiana, ¿cuál ha sido tu principal intención a la hora de escribir sobre ese tema? (Jerónimo García Riaño, escritor colombiano)

D: Ser fiel a los ciclos de barbarie en que se desenvolvió la vida de este país en el siglo pasado. Hemos trasegado por el sectarismo, por el horror, por la represión, por la desaparición forzada, por el genocidio, por el holocausto de cuerpos, por la política de tierra arrasada, y prácticamente la suma de todo ese pasado es una guerra civil de todos contra todos.

—¿Cómo hace para crear ficción en un país cuya realidad no deja de superar, cada día, a toda ficción e imaginación? Y por último, cómo hace para vivir en Bogotá sin esas deliciosas arepitas santandereanas? (Silvia Miguens, escritora argentina)

D: El arte es una forma de resistir. Y es curioso, pero ha florecido en los momentos de mayor oscuridad de las sociedades, y los artistas en Colombia van a tener que crear aunque haya paz o aunque cueste décadas la reconciliación. 

Cuando voy a Santander traigo una provisión de arepas de maíz pelao y las congelo. Así que mi casa es una pequeña colonia de comida santandereana en Bogotá. Eso sí, te dejo en claro: detesto la “santandereanidad”. Cualquier rasgo de falsa “identidad” que alimente el orgullo de una sociedad machista, sectaria y paramilitarizada por su clase política.

—¿Cómo afrontas el pasar del anonimato casi absoluto al hecho de tener tus días de fama mediática? Y por último: menciona cinco novelas colombianas que consideres las más importantes después de Cien años de soledad… si las hay. (Marco Tulio Aguilera Garramuño, escritor colombiano).

D: La fama es un malentendido. La dan los demás. Y se confunde entre lo que hace un creador con el propio creador, como si lo más importante no fuera la obra. Aquí sigo a Hugo Hiriart y Gabriel Zaid que han estudiado la naturaleza de ese malentendido. Y es un malentendido que viene de confundir en un mismo ser: arte, vida de artista y mercado de arte. Hay gente que cree que es famosa y hay otra que cree que otros tienen la fama que desmerecen y de estas confrontaciones y suspicacias surge el equívoco. La fama no garantiza la perduración de una obra de arte. Lo importante es la obra, sus hallazgos formales, su solidez. La vida de artista está empedrada más de anonimato y frustraciones y precariedad que de éxito social. Muchos artistas comen mierda por años, a veces por toda la vida, sin recibir ninguna atención por los mercaderes del arte. El mercado del arte, al menos el del libro, se rige por márketing, promoción, y un largo etcétera de actividades extraliterarias. Lo que ha pasado es que se publicó un libro y que algunas personas le han dado un cierto reconocimiento. Pero es reconocimiento a una labor que me ha tomado años realizar, pero que no habría valido la pena si no existiera algo en el mundo, una novela. Este año he tenido compromisos relacionados con la difusión de ese libro y esto me ha ocupado un tiempo precioso que tenía para otras labores. Pero nada más. Hay que seguir escribiendo. Y para escribir, hay que estar solo. 

Me gustan los Cuentos de Juana de Cepeda Samudio que leo como una novela por sus experimentos formales. En El Lejero de Rosero por su atmósfera y su conexión con Rulfo y Mejía Vallejo. Donde mueren los payasos de Luis Noriega por ser un ejemplo de sátira mordaz que es la manera más lúdica de narrar un periodo de oscuridad política como los dos mandatos de Álvaro Uribe. La cárcel de Jesús Zárate que se la recomiendo a todo mundo. 

—¿Para qué sirve la literatura? (Luz Mary Giraldo, poeta y catedrática colombiana)

D: Sin ponerme místico, le daré la respuesta que me dio el yagé: la literatura sirve para comprender la vida y para descifrar a Dios. Pero hay otros mil caminos para eso. Cada uno de los que nos comunicamos a través de la literatura tendremos una respuesta distinta para esa pregunta. De todos modos no deja de ser una pregunta incómoda. ¿Tiene todo que servir para algo? ¿No es el mismo rigor del positivismo aplicado ahora a la literatura? ¿Lo que no sirve debe ser reemplazado o desechado? Hay miles de saberes e instrucciones que toman las personas a diario a los que dedican y sacrifican y desperdician vidas enteras sin cuestionarse si quiera si sirven para algo, pero que seguramente no sirven más que para frustrar sus sueños. Actividades que funcionan como simulacros de la felicidad: hacer dinero, ascender socialmente, viajar sin fijarse. La literatura es importante para los que leemos. Que no somos tantos en Colombia pero nos contamos por millones en el mundo. Y mientras siga siendo una pasión, será “útil” para alguien, en algún sitio, y perdurará.

Esta entrevista hubiese sido imposible sin el generoso aporte de Isaías Peña, Pedro Martínez Domene, Laura Massolo, Juan Pablo Fiorenza, Jerónimo García Riaño, Silvia Miguens, Marco Tulio Aguilera Garramuño y Luz Mary Giraldo. Mi agradecimiento tanto a ellos como a los queridos Gustavo Álvarez Gardeazábal y Nomi Pendzik.



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